Frente al crecimiento, encrudecimiento y visibilización de las violencias sufridas por razones de género, las cuales toman notoriedad a raíz de las actualizaciones en las publicaciones de los observatorios públicos, los informes de recepción de denuncias de la Corte Suprema de la Nación (CSJN), y la preponderancia de situaciones violentas en los titulares periodísticos y de televisión, surge la imperante pregunta sobre la forma y posibilidad de intervenir frente a ello. Respecto de la integralidad de las intervenciones posibles que pueden llevarse a cabo, aquí pondremos el foco en una de ellas: la masculinidad como factor de riesgo y la posibilidad de su abordaje en base a dispositivos existentes, teniendo como premisa que ello es siempre para trabajar para las víctimas.
La legislación nacional contempla la sanción y promulgación en el año 2009 de la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar las Violencias contra las Mujeres, la cual reconoce que, en el marco de las desigualdades y violencias contra las mujeres, naturalizadas y sufridas, al que agregaremos al colectivo LGTBI+ y disidencias, es el Estado quien debe obligatoriamente comprometerse a intervenir y desarrollar políticas públicas tendientes a la modificación de los patrones culturales consolidados en nuestra sociedad, con el objetivo de garantizar el derecho al goce de vivir una vida sin violencia. A ello se agrega la Ley 27.499 (Ley Micaela), Ley 26.364, entre otras, que tiene como objetivo la protección y asistencia de las víctimas.
Es en la transversalidad que dicha jurisprudencia enmarca, que demanda medidas tendientes a sensibilizar a la sociedad, en su conjunto, frente a la violencia por razones de género, la cual es entendida como problemática social y de salud pública. Dentro de este conjunto, dichas normativas se implementan y fortalecen en el territorio mediante el programa “Comunidades sin Violencia”. De esta manera, en la asistencia y atención de las víctimas, es que se enmarca el trabajo con varones que ejercen y han ejercido violencia, en pos generar una construcción de vínculos y relaciones de forma más igualitaria y libre de violencia posible.
Género, Masculinidad y Violencia
La violencia a la que hacemos referencia, no responde a factores naturales innatos, ni a un determinismo biológico o genético, como tampoco a una prevalencia patológica de agresividad, sino más bien, es una violencia que se ejerce específicamente dentro de un vínculo, en el marco de relaciones de género y poder estructural, como expresión del sistema patriarcal.
Es así que podemos pensar al género como una categoría relacional (Artimaño. 2009), lo cual nos permite entender que las masculinidades se construyen a la par que las feminidades y disidencias, creando el orden actual de géneros. Dicha premisa nos permite pensar que el género no es una entidad estable, sino que podemos referirnos a una entidad socialmente constituida, remarcando que es una situación históricamente dada, antes que un hecho natural (Butler,1998).
Así, podemos comenzar a pensar la posibilidad de la desnaturalización de concepciones, hábitos y “performances” de género, que constituyen la realidad y matriz sexo – genérica misma, lo que permitiría la generación de nuevos saberes, al momento de repensarse varón.
Es plausible de poder pensar un dispositivo de masculinidad, el cual aborde el trabajo con varones que ejercen y han ejercido violencia, teniendo como objetivo e intención la posibilidad de aportar al reconocimiento, responsabilización y sanción de las prácticas cotidianas que conllevan violencia y generan desigualdades, como así también la posibilidad de brindar aportes para su prevención y posterior erradicación de las formas violentas de vinculación con lxs otrxs.
Apelar a la posibilidad de generar nuevos saberes, que permitan a nivel subjetivo-singular, una reconfiguración del modelo masculino y de la concepción de género. Recurrir a la experiencia subjetiva, para lograr identificar e historizar la integralidad del modelo patriarcal, a la vista del reconocimiento de los modelos sociales y culturales imperantes, un pensar(se) en una deconstrucción de dicha masculinidad, que lleve hacia caminos de otras construcciones posibles de identificaciones, que legitimen a ese individuo como sujeto y al otro como semejante, poseedor de derechos.
Al ser el género una construcción que oculta su génesis, dicha demanda de problematización no surge de los varones que gozan de determinados privilegios, sino que, el cuestionamiento de revisar la masculinidad como parte integral de la solución para la erradicación de los vínculos violentos, surge por las luchas y demandas de los feminismos, que como movimiento pretende transformar las desigualdades en todos sus aspectos: económicos, sociales, políticos y culturales.
De esta manera, entendemos que pensar una construcción diferente de la masculinidad, conlleva a la transformación de las relaciones sociales que, a su vez, se vuelven hacia un cuestionamiento de las condiciones de sociabilidad hegemónicas, permitiendo de esta manera una transformación en y de los “actos” del Modelo Masculino Imperante (Artimaño, 2009). Romper la concepción esencialista y universalista de la masculinidad hegemónica implica un trabajo de duelo subjetivo, una pregunta, una Des-(y re) subjetivación de la composición identitaria del Yo.
Para ello deben generarse instancias de responsabilización de las masculinidades dentro del marco más general de políticas de igualdad de género, mediante la implementación de un dispositivo que apueste por nuevas proyecciones posibles de una masculinidad, que permita construir otra ficción social que admita ser interiorizada en la propia individualidad psicológica.
Un dispositivo posible
Al momento de la inclusión y de la intervención que el dispositivo de masculinidades les proponga a los varones que ejercen y han ejercido violencias, se entiende que el mismo no puede pensarse escindido de las biografías particulares de cada uno de sus integrantes, convocándolos a comprometerse en un cambio mediante la problematización del modo que poseen de habitar sus vínculos. Esto conlleva a su vez una constante evaluación y revisión de las estrategias de abordaje que proponga el dispositivo, el cual se presenta en base a una escucha activa a raíz del intercambio y participación de los varones en el mismo, en donde más que cerrar se proponga a abrir interrogantes.
No sólo se tiene en cuenta la singularidad de cada varón, sino también el encuentro en un espacio, con otrxs, que habilite a la posibilidad de una construcción colectiva de saberes, que no se enmarque en una respuesta acabada, sino en el cuestionamiento, en la apertura a preguntar, a poner en palabras incertidumbres e inquietudes, comentar inseguridades y dudas, que den lugar y permitan de manera acompañada, (re)pensarse a sí mismos.
Pensar en dichos encuentros, una mixtura, no solo de los diferentes enunciados de los varones que allí se encuentran, sino también articulado a las lecturas e intervenciones de quienes coordinan, en relación con lo que acontece en el “aquí y ahora” que el dispositivo propone. La posibilidad de registro, identificación y expresión de sentimientos y afectos, poder generar espacios que alojen, el cual busque la posibilidad de generación de un lazo que sea capaz de abordar situaciones de manera integral y que permita la circulación fluida de la palabra de quienes integran el dispositivo.
Dispositivo que puede ser estructurado en encuentros periódicos en los cuales se aborden diferentes temas, tales como, por ejemplo: patriarcado, machismo, micromachismo, roles, mandatos y estereotipos de género, privilegios masculinos, amor romántico, círculo de la violencia, tipos de violencias, legislación argentina, etc. Proporcionar videos y lectura de situaciones como disparadores para abordar los temas mencionados, a la espera de que cada varón que haya participado del dispositivo pueda realizar una devolución respecto a los tópicos trabajados, que conlleva implícitamente, la premisa de poder romper el pacto de complicidad masculina, al intervenir al varón obligándolo a posicionarse respecto de ello de lo cual se trabaja.
La inclusión de los varones en este proceso, no suele darse por voluntad propia, sino que los mismos en su mayoría asisten allí obligados y sin su consentimiento, siendo ello una de los principales factores que obturan el inicio del trabajo. Proponer una búsqueda de nuevas formas de vinculación, de (re)pensarse varón y de cuestionamientos al modelo de masculinidad, implica un ataque a las estructuras hegemónicas de moral, una crítica al proyecto histórico de producción de individuos masculinizados y a una despatriarcalización de la organización social, simbólica y discursiva; lo cual conlleva efectos subjetivos que pueden entenderse como “crisis de la masculinidad”, debiendo estar atentos a la manera en que dichos efectos en los sujetos varones son canalizados, para que los mismo no transiten por caminos que deriven en mayor violencia hacia cuerpos no varonizados, como forma de acceso y permanencia en una masculinidad hegemónica imperante.
Cabe mencionar también, tener en cuenta “la carga” de aquel que coordina, la posibilidad de brindar un espacio de contención, formación y acompañamiento, frente a los re(s)tos del trabajo que es abordado, tomando al cuidado del personal coordinador como una práctica política, atendiendo el posible malestar a nivel colectivo e institucional.
Consideración Finales
Frente a dicha tarea, es válido preguntarse qué efectos aparecen en clave de Salud Mental en dicho dispositivo, para poder correrse del lugar de dar respuesta y poder dejar un vacío para que el otro se piense.
Ser llamadxs, como coordinación, a un lugar abstinente, en donde el trabajo sea alojar a los sujetos para que puedan hablar sin ser juzgados, sostener el encuadre de trabajo, hacer circular la palabra para que la tarea pueda ser llevada a cabo, entendido como un trabajo que apunte a instaurar un registro simbólico respecto del “no” que no se ha podido respetar, distinguir si el grupo compite con la coordinación o llama a ser parte de la fratía, poder especificar hacía quién se ha ejercido violencia, estar atentos a lo cuestionador del entorno respecto del trabajo que los integrantes del dispositivo realizan, entre muchos otros posibles, son puntos en los cuales las intervenciones, efectos y emergentes del dispositivo pueden llamar a su labor.
Entender que la violencia no es específicamente residuo del pasado, sino que ella se enmarca en el registro de la vinculación con le otrx, para poder apuntar a una igualdad legal y social de hecho.
No expulsar al agresor del campo simbólico, sino que el tratamiento de la problemática sea abordada, hablando, por los propios varones, para que puedan identificar cuál es su propio lugar en torno a la violencia de género, evitando construir un binomio “normales – agresores”, sino más bien aspirar a la distinción que el ejercicio de violencia no es un solo y aislado fenómeno, sino más bien una interseccionalidad de situaciones y vínculos que se enlazan con las estructuras sociales, que trabajan por una representación de la masculinidad y de la femineidad, en donde la violencia surge cuando le otrx no es pensado como un par.