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“Sólo vine a llamar por teléfono”

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  • N° 5
  • Psicología Comunitaria

Joaquín Bartoli, Profesor en Psicología por la UNLP. Docente de la cátedra de Lingüística General. Becario CIN-CIC. joacobartoli@gmail.com /////////////////////Martina Solimano, Licenciada en Psicología, por la UNLP. Concurrente del Hospital General de Agudos “José María Ramos Mejía”. msolimano93@hotmail.com

Reflexiones desde la Psicología Comunitaria como paradigma superador de las prácticas de encierro

¿Qué pasaría si un día somos encerradxs de manera repentina en el establecimiento de una institución, impedidxs de cualquier tipo de contacto con el exterior? Cuando el autor colombiano Gabriel García Márquez era consultado por el “Realismo Mágico” -movimiento literario del cual fue uno de los principales exponentes- solía responder que en el lugar del cual él venía eso no era Realismo Mágico, sino Realismo a secas. En su cuento de 1980, García Márquez relata una historia pesadillesca que, aún cuando contiene elementos que parecen fantasiosos, guarda una estrecha similitud con situaciones que atraviesan muchas personas con padecimiento mental. Hablamos específicamente de las víctimas de lógicas punitivistas de encierro, paradigma hegemónico en el tratamiento de la Salud Mental hasta mediados del siglo xx, pero vigente en parte del imaginario y de prácticas actuales. El presente trabajo intenta recuperar algunos de los aspectos planteados en el cuento, para pensarlos desde la perspectiva de la Psicología Comunitaria y de la Salud Mental en términos de derechos, ofreciendo algunas reflexiones al respecto.

*A continuación expondremos un resumen de los principales acontecimientos que se van sucediendo en el relato, destacando en letra cursiva nuestros comentarios y observaciones con respecto a algunos párrafos.

La protagonista de la historia es María de la Luz Cervantes, una mujer que sufre una avería con un auto alquilado, en el camino de regreso de visitas a parientes. Su marido la esperaba esa misma tarde en su casa. Al quedar varada en la ruta, María hace señas a los autos que pasan y, después de un tiempo, frena un autobús, advirtiéndole que no iba muy lejos, a lo que ella dice que lo único que necesita es un teléfono. Debía avisar a su marido que no llegaría a tiempo.

Al subirse al autobús, se encuentra con una mujer de “aspecto militar” que le hace un lugar y le da abrigo. María nota que iba lleno de mujeres dormidas, con mantas iguales a la que le habían dado. Ella también se duerme y, al despertar, se encuentra con que habían llegado a un edificio que parecía un viejo convento, alejado de las zonas urbanas. Todas permanecen inmóviles, hasta que las hacen descender con un sistema de órdenes. Estas mujeres, que en la historia parecen monjas, aún cuando no lo sean, retratan de alguna manera la estrecha relación entre las instituciones religiosas y las instituciones de salud basadas en una lógica de encierro. Este punto resulta interesante también en la medida que permite situar una relación entre lo que podríamos denominar el encierro de la “locura” y el encierro de la “mujer” como representación histórica de las formas en que se expresa esa locura: principalmente a través de la figura de la histérica.

Al llegar al edificio, lo primero que pregunta María es si hay un teléfono para hablar con su marido, a lo que le responden que sí, que adentro se lo indicarían mejor.

A partir de allí todo confluye en una confusa situación, donde las personas que la reciben le dan órdenes, la hacen esperar, y la dirigen a distintos lugares donde supuestamente habría un teléfono. Se topa con guardianas que en todo momento demoran su situación, diciendo que al día siguiente podría realizar ese llamado.

Este punto, a partir del cual se produce un extrañamiento en el ambiente del relato y también en las situaciones que experimenta la protagonista, es uno de los que mejor retrata el estilo del autor. Al modo en que Freud situó la idea de unheimlich o “lo ominoso”, lo familiar o conocido se vuelve siniestro. De esa manera, aún sin percatarse totalmente de ello, la protagonista se encuentra ya encerrada en una institución que la irá absorbiendo y produciendo un borramiento de su subjetividad en cada intento por salir o escapar.

María empieza a entender que las otras mujeres que iban dormidas en el autobús estaban en verdad sedadas y que se encontraba en un “hospital de enfermas mentales”. Es en ese instante que intenta escapar, pero una guardiana la detiene, inmovilizándola. La situación es rara y sus intentos de explicar que ella sólo estaba ahí para hablar por teléfono, son en vano. Comienzan a sucederse una serie de hechos que agravan y profundizan el malestar y la perplejidad de María, que la llevan a necesitar de somníferos para dormir. Amanece con las muñecas y tobillos atados a la cama y comienza a gritar desesperadamente.

Después de un tiempo, va a visitarla un médico, director de lugar, frente a quien empieza a llorar y desquitarse. Él la escucha atentamente. Pero cuando ella retoma el motivo de su llegada, pidiendo el teléfono, él le dice: “todavía no, reina”.

Además de ilustrar el uso de la medicación y la fuerza física como principales lógicas institucionales de control y retención -al modo del “chaleco químico” y “chaleco de fuerza”- este punto demuestra que, para el momento en que la protagonista logra darse cuenta de la situación de haber sido encerrada en contra de su voluntad, ya es demasiado tarde. Sus intentos de rebelarse son aplacados en parte con las palabras supuestamente benevolentes del director del hospital pero, sobre todo, mediante el uso de fármacos y fuerza bruta.

Esa misma tarde María es inscrita en el asilo con un número de serie, y con un comentario superficial sobre el enigma de su procedencia y las dudas sobre su identidad. Al margen quedó una calificación escrita por el director: «agitada».

Podemos señalar en este punto el etiquetamiento y la desubjetivación también como lógicas institucionales de un paradigma que apunta a la clasificación homogeneizante, a un arrasamiento de la subjetividad y la identidad de lxs pacientes, a la vez que se dan diferentes procesos de producción de una subjetividad institucionalizada. María pasará a ser entonces una enferma más del hospital, objeto de un doble encierro: por un lado, el encierro físico, provocado por los muros de la institución, la fuerza física con la cual las guardianas le impiden moverse libremente y los fármacos que la vuelven dócil y manejable. Pero, por otro, la jaula discursiva en la cual se sostienen todas estas prácticas, que la definen como “loca”, “obsesiva”, “descontrolada”, “peligrosa”, etc.

Por otro lado está la situación del marido de María. Él es un mago -“Saturno”-, que ese día debía trabajar en distintas fiestas. Al no tener noticias de su esposa, se preocupa, y va a trabajar intranquilo.

En los inicios de la relación, María lo había dejado por otro hombre, pero luego decidió volver. Es por ello que Saturno cree que podría haberlo abandonado de nuevo. Cuando llama la compañía de seguros del auto para saber qué había pasado, ya que habían encontrado el coche sólo, él responde con convicción que no le pregunten nada porque ella se había fugado.

Luego de un par de meses, María continuaba en el sanatorio, al principio reacia a adaptarse a la rutina, pero poco a poco se vio obligada a acostumbrarse.

Un día, María desemboca sin darse cuenta en una oficina abandonada, donde había un teléfono y aprovecha la ocasión para llamar a su casa. Pero cuando el marido atiende y reconoce su voz, le grita “puta” y cuelga. A partir de eso, le agarra un ataque y empieza a romper cosas, ante lo cual los guardianes intentan someterla y consiguen llevarla hasta el pabellón de las “locas furiosas” por una semana, donde la bañan con una manguera de agua helada y le inyectan trementina en las piernas.

Luego de eso, un poco más tranquila, decide ir a hablar con una guardiana nocturna, quien ya la venía acosando buscando “favores”. A cambio, María le pide que le deje un mensaje a Saturno acerca de lo ocurrido.

Este pasaje da cuenta de algunas de las consecuencias subjetivas derivadas del contexto de encierro, que repercuten violentamente incluso en aspectos como la sexualidad, viéndose la protagonista condicionada a intercambiar su cuerpo para obtener “favores” que le permitan una posibilidad de contacto con el exterior.

Días después, su marido va a visitarla. Es recibido por el director, quien le da un informe sobre el estado de su esposa. Nadie sabía de dónde llegó, ni cómo ni cuándo. “Lo único cierto es la gravedad de su estado”, concluyó, y agregó que podría visitarla si seguía sus indicaciones en la manera de tratarla, para evitar sus “arrebatos de furia, cada vez más frecuentes y peligrosos”. Esto le llamó la atención a Saturno, quien sostenía que María solía tener mucho dominio. El médico comienza a dar explicaciones al respecto, refiriendo a “conductas latentes” y a una “rara obsesión” de ella por los teléfonos, agregando que eran especialistas en casos que requieren mano dura. “Sígale la corriente” dijo, a lo que Saturno responde que esa era su especialidad.

Pueden situarse en ese intercambio, puntos de contacto y complicidad entre el discurso médico hegemónico y las lógicas patriarcales misóginas que contribuyen a la representación de la mujer como loca, peligrosa, etc. Este punto se esclarece al revisar el vínculo entre María y Saturno. A partir de algunas situaciones en las cuales ella le había sido “infiel”, se construye una idea de desconfianza que lleva a Saturno a creer que su esposa lo engaña, incluso cuando la vida de ella estaba en peligro. María encarna así un estereotipo de mujer que rompe con algunas de las lógicas institucionales propias del ideal normativo de pareja y que, de alguna manera, sirven como justificación a su esposo para no pelear por su liberación.

María esperaba a Saturno en la sala de visitas, lista para irse. Comienza a contarle todo lo que sufrió allí, diciendo que no sabía cuánto tiempo llevaba en el lugar. Pero su marido dice, “ahora todo esto pasó, yo seguiré viniendo todos los sábados”, alegando que aún le faltaban algunos días para recuperarse. María le dice que no puede ser que él también crea que ella está loca, siendo que sólo llegó allí con la intención de hablar por teléfono. Esto le sirvió a su marido para “confirmar” la obsesión nombrada por el médico acerca de los teléfonos y, al retirarse, ella se aferra a él y comienza a gritar, ante lo cual la guardiana la agarra y aplica una llave.

A la semana siguiente Saturno vuelve pero María no quiere saber nada, a lo que el director le explica que es una reacción típica, que ya pasaría. Pero no sucede: María se sigue negando hasta que su marido se da por vencido con las visitas.

 

Un análisis crítico desde el Paradigma Humanista

Al leer este cuento, podríamos pensar que se trata de una historia incapaz de suceder en la actualidad y en nuestra región. Bien entrado el siglo XXI, enmarcadxs en una perspectiva humanista, podría parecer lejana esta trama que da cuenta de una mujer víctima de una constante vulneración de sus derechos.

Si bien nuestro piso legal está basado en un enfoque de Derechos Humanos, hecho palpable por ejemplo en la leyes nro. 26.657 de Salud Mental o en la nro. 26.485 de Protección Integral de las Mujeres, en la práctica continúan arraigadas lógicas del paradigma positivista. Las mismas empantanan la tarea de poner en plena vigencia las directivas de una verdadera perspectiva humanista.

Entonces, hoy contamos con diversas herramientas, normativas y dispositivos para evitar el retorno de estas prácticas degradantes y deshumanizantes. No obstante, varios de estos hechos continúan sucediendo en el interior de los muros, recayendo mayormente sobre las poblaciones históricamente vulneradas.

Revisar esta narración nos invita a reflexionar acerca de la distancia con respecto a nuestro marco legal, a recuperar la memoria ante sucesos de violencia institucional, patriarcal, de género, que han sucedido -y continúan sucediendo- en nuestro país, no para quedar atrapadxs en una impotencia melancólica, sino en pos de trabajar para que no acontezca nunca más.

En primer lugar, además de las específicas y múltiples violencias a las cuales María es sometida, focalizamos en cuestiones tales como la victimización, el punitivismo como método de castigo, los mecanismos de poder y la complicidad entre dos discursos hegemónicos: el del modelo médico naturalista y el patriarcal.

Al comenzar el cuento, un punto que llama la atención es que la protagonista es absorbida por una institución dedicada particularmente al (des)tratamiento de mujeres. Este es ya un hecho relevante para comenzar a pensar en un grupo específico sobre el cual recaen las lógicas misóginas y patriarcales.

Son el médico director -representante del biologicismo y paternalismo- y el marido de María -representante del poder patriarcal- quienes dan cuenta de cómo la connivencia de ambos poderes potencian la victimización, la institucionalización y el sistema punitivista de encierro. Por detrás de ello, hay todo un entramado institucional, encarnado en este caso por lxs guardianxs, que sostienen y replican un modelo de control social represivo.

El personaje del director nos retrotrae a un paternalismo similar al de la época donde regía la Ley de Patronato de Menores, siendo que en el cuento, en lugar de un juez, se trata de un médico quien decide discrecionalmente sobre el estado de María. Al ir a conocerla, el médico la escucha amablemente, como quien representaba al “buen padre de familia” y se encarga de su “tutela”. Asimismo, aunque ella no es menor de edad, él la infantiliza -término cuestionable, sin embargo- y victimiza, dejándola en el lugar de “la loca” que no comprende.

En este sentido, vemos cómo opera todo un dispositivo manicomial, con sus lógicas institucionales de clasificación y medicalización, que genera efectos homogeneizantes y un borramiento de la subjetividad. Estas formas van totalmente en contra de los lineamientos de la Ley Nacional de Salud Mental y de la Psicología Comunitaria, los cuales serán retomados más adelante.

Resulta interesante indagar en la cuestión de que María llega allí por pura casualidad, siendo que todo se agrava cuando su marido la desoye, como consecuencia de su desconfianza y cierto resentimiento. Parecería ser como si todo un sistema de castigo recayera sobre ella, por ser una mujer “traicionera”, que debe pagar la culpa por sus actos pecaminosos, en una suerte de venganza del destino.

El personaje de Saturno reproduce lógicas misóginas y patriarcales, que se potencian cuando entra en complicidad con el director, dejando a la mujer como la loca, obsesiva y peligrosa. Termina siendo entonces cómplice de la situación de encierro e institucionalización sin consentimiento. Como consecuencia, María es producida como enferma mental por una serie de discursos y una institución total que, aunque alienante, también produce subjetividad.

En este sentido, podríamos pensar en un proceso de patologización doble: por un lado se la diagnostica y etiqueta, pero por otro, actúa todo un dispositivo que en sí mismo termina produciendo patología y cronificación. La constante violencia física, psicológica, simbólica, e incluso sexual a la que es sometida María, acaban generando un malestar tal que la llevan a acostumbrarse a la vida asilar, a necesitar de medicación y a tener síntomas y reacciones propias de ese padecimiento.

 

Perspectiva comunitaria y preventiva en el contexto actual

Como mencionamos con anterioridad, aún cuando pueda darse cuenta del avance que supone una normativa legal pensada desde el paradigma humanista y desde un enfoque de Derechos, es innegable situar la persistencia de prácticas discursivas pertenecientes al paradigma punitivista y las lógicas del encierro como estrategias de abordaje en Salud Mental. Podemos situar, inclusive, una remanencia de los viejos modos, que no sólo se mantiene en términos de permanencia o resistencia al cambio, sino también en la proliferación de discursos que promueven un retroceso hacía los viejos paradigmas. El ataque constante hacía la Ley Nacional de Salud Mental por parte de ciertos sectores del poder hegemónico, canalizado a partir de los medios masivos de comunicación, son el mejor ejemplo de un avance por parte de prácticas superadas en la teoría, pero que resisten aún en el imaginario de algunxs profesionales, de ciertas instituciones y de muchos sectores de la sociedad.

La reiteración constante de definiciones como la de “peligrosidad” parecen volver como estandarte de un discurso apologista del encierro cada vez que se da una situación antijurídica que involucra personas con padecimiento mental o usuarixs de algún servicio de Salud Mental. Esto demuestra que, aún cuando desde el marco jurídico-legal se hayan logrado avances enormes en materia de Derechos, la batalla en relación a los sentidos que circulan respecto a la locura está lejos de concluir.

La perspectiva comunitaria aparece en general como el modo de abordaje que posibilita el acercamiento a la comunidad de personas privadas, no únicamente de su libertad de circulación, sino también de una variedad de Derechos que les son inherentes por su condición de sujetxs, principalmente en lo que respecta al lazo con otrxs y con su lugar de pertenencia. Una vuelta progresiva a la comunidad de pertenencia y el reforzamiento de los vínculos, aparecen también como un desafío en un contexto de lo que podríamos denominar como un debilitamiento creciente del lazo social y de la idea de comunidad. El avance de discursos punitivistas va de la mano con el avance de discursos de odio, provenientes principalmente de los sectores más conservadores de la sociedad, que apuntan a una idea de libertad basada en una concepción individualista de los derechos.

El desafío implica también, pensar en modos de intervención que den pelea a las lógicas alienantes e individualistas, consecuencia del fortalecimiento del neoliberalismo como modelo político, económico, social y cultural, que se plantea sin límites de ningún tipo. ¿Cómo trabajar desde una perspectiva comunitaria en un contexto de creciente debilitamiento de la idea de comunidad?

Destacamos la importancia de poner en vigencia modelos de intervención que refuercen y focalicen en perspectivas de inclusión social, sobre todo en un contexto de avance de discursos que plantean lo contrario como solución: el encierro de la diferencia, para que algunxs puedan disfrutar “en paz” de las libertades y los derechos (individuales) ganados justamente en un estado de “justa competencia”.

Ahora bien, ¿cómo pensamos la inclusión desde la Psicología Comunitaria? En una sociedad que segrega y expulsa lo que no responde al orden establecido, sería contradictorio plantear la idea de reinserción de aquellos grupos excluidos. En esta línea, la propuesta de inclusión de la cual se parte, apunta a la restitución de los derechos vulnerados, a garantizar las condiciones necesarias para que no se reiteren dichos procesos de vulneración y a la progresiva autonomía de esos sectores de la población.

Para esta tarea, son particularmente significativos los aportes de Domínguez Lostaló (1996) acerca de la “clínica de la vulnerabilidad”. El autor plantea un pasaje desde el “diagnóstico de la peligrosidad” -propio del juspositivismo y de la Doctrina de la Seguridad Nacional- hacia un “diagnóstico de la vulnerabilidad psicosocial”. Este último abordaje se sostiene en la noción de “corresponsabilidad social” desde la cual se amplía la visión respecto de las problemáticas y conflictos de la sociedad, corriendo el foco del sujeto considerado naturalmente peligroso al sujeto vulnerable y vulnerado en sus derechos.

En el cuento de García Márquez, la situación que atraviesa María ejemplifica un caso de vulneración de los derechos fundamentales, a partir de un proceso progresivo de diagnóstico de peligrosidad. En las antípodas de ese paradigma, la clínica de la vulnerabilidad se dirige a la concreción de dispositivos que permitan efectivizar un abordaje integral en materia de derechos. Para ello, las herramientas principales con las que contamos, son la grupalidad y el trabajo interdisciplinario, las cuales suponen una ruptura con una visión hegemónica y unilateral del saber. En este sentido, lo que se propicia es una apertura a la pluralidad de voces y opiniones, la escucha, el disenso y el consenso, en pos de una construcción conjunta de los problemas y necesidades de cada comunidad.

De este modo, la Psicología Comunitaria es indisociable de una doctrina garantista de los Derechos Humanos considerada como intervencionista, en el sentido de que, allí donde hay un derecho básico vulnerado, se interviene para reparar el daño y disminuir la vulnerabilidad. Es decir, lejos de ser una clínica pasiva o que actúa a partir de la demanda, es una práctica que se propone como activa y que participa en la construcción de esa demanda. Actuar desde una perspectiva comunitaria implica siempre tener en vistas que intervenir supone dejar de lado los preconceptos acerca de cada comunidad, siendo lxs psicólogxs agentes de cambio y no cómplices de un asistencialismo que iría a la comunidad a “dar las herramientas” que necesitan desde una posición de saber.

Para este trabajo, un objetivo clave de la Psicología Comunitaria es la conformación de redes tanto intersectoriales e interinstitucionales, como territoriales. Es por ello que no sólo es fundamental el trabajo integrado entre distintxs profesionales, sino que cobra especial relevancia el rol de referentes barriales y/o grupales, y el de cada integrante de la población con/para la cual se trabaja. Este es uno de los principales puntos declarados en la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud de Alma-Ata (1978), a partir de la cual se fundó un documento insoslayable en materia de protección y promoción de la salud global -antecedente clave sobre el cual se desarrolló nuestra Ley Nacional de Salud Mental-. El mismo refiere a la plena participación de la comunidad en la asistencia sanitaria, haciendo hincapié en su autorresponsabilidad y autodeterminación (artículo VI).

Otro de los ejes esenciales de este enfoque es la Prevención, cuestión que refiere tanto a problemáticas ya instaladas como a aquellas que podrían evitarse, mientras que se apuesta a lo que se denomina Promoción de la salud. En este sentido, la Declaración de Alma-Ata establece la necesidad de generar políticas públicas que garanticen cuestiones fundamentales como son el abastecimiento de agua potable, el acceso a una nutrición apropiada, la asistencia materno infantil, con la inclusión de la planificación de la familia, etc. Son todos estos factores que inciden directamente sobre los distintos grados de vulnerabilidad psicosocial de los grupos o personas, los cuales no pueden escindirse a la hora de pensar en el trabajo en el ámbito de la Salud Mental.

Quedan muchísimas otras cuestiones para seguir pensando en el trabajo desde y en la Psicología Comunitaria. Estas puntualizaciones que hemos ido estableciendo a partir de una ficción que, sin embargo, no se presenta como tan lejana a algunas realidades cotidianas que podemos situar en muchos casos en nuestra región -muchas veces retratados como eventos mediáticos-, invitan a seguir reflexionando en este contexto político, sanitario, económico, tan particular.

 

Bibliografía

  • Declaración de Alma-Ata (1978). Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud de la Organización Panamericana de la Salud para la promoción de la salud de las Américas.
  • Dominguez Lostaló, J.C (1996). “Vulnerabilidad”. Aportes para la discusión de un concepto que rompe un paradigma. Ficha de cátedra. Psicología Forense. UNLP.
  • Ley Nacional 26.657 de Salud Mental y Adicciones (2010).
  • García Márquez, G. (1979) “Sólo vine a hablar por teléfono” en “Doce cuentos peregrinos”. España: Literatura Random House