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Se hace camino al andar

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  • N° 5
  • Psicología Comunitaria

María Elisa Benetti. Recibida en La universidad de La Plata. Fui residente de la RISAMC en Río Negro y rotante en Trieste Italia. Me especialicé en Psicoanálisis con niños en Uces con Beatríz Janin. Fui miembro fundadora de Fórum Infancias Gualeguaychú y la Red de Salud Mental Perinatal Gualeguaychú. Actualmente coordino un grupo de Revisión de Situaciones clínicas para psicólogas y psicólogos de todo el país en modalidad virtual y presencial; asesoro y capacito cooperativas de trabajo, trabajo en la clínica y soy mamá de mi niño que tiene seis años. Soy cantante y siempre estoy aprendiendo algún instrumento, disfruto de la naturaleza y la fotografía de aves. Integro la primer batucada femenina “audaces” y cada vez tengo más ritmo.

Desde la revista Poiesis me convocan a participar para hablar acerca de dispositivos comunitarios y surge en mí el recorrido realizado desde que era estudiante.

Mi primer acercamiento a “Lo comunitario” fue en la “Sala Griesinger” del Hospital Dr. Alejandro Korn, neuropsiquiátrico platense en el año 2004. Frente al previsto cierre de la sala, se esperaba que estudiantes y profesores voluntarios facilitásemos la reinclusión de usuarios (llamados pacientes en ese momento) con larguísimos períodos de internación en la institución.

Esta propuesta surgió de la “Cátedra libre Marie Langer”, había llegado hasta allí gracias a otro espacio “Seminario de Situaciones traumáticas de Origen Social” que dictaba el licenciado Yago Di Nella, un seminario electivo, única oferta en la currícula de mi carrera de grado que me habló de Salud Mental Comunitaria.

Gracias a esos inicios participo de un encuentro organizado por un centro de Estudiantes donde conocí a Jorge Pellegrini, un psiquiatra que en ese momento era Director de Salud Mental en San Luis y había estado participando también en Río Negro en los inicios de la desmanicomialización.

Nos acercamos a hablar y demostramos interés, nos dijo que las puertas del Hospital Escuela estaban abiertas. Así que allá fuimos y nos recibieron. Dos estudiantes que querían conocer el sistema que se estaba implementando. Fuimos incluidas en las clases de la residencia, participamos de recorridos en territorio y hasta nos tocó izar la bandera al final del congreso. Empecé a entender que era necesario algo de la no formalidad y del estar ahí, justo en ese momento con interés y compromiso.

Luego de cuatro meses me recibí, ese había sido el puente para saber que mi camino iba a ser “lo comunitario”.

Fui consciente de que para entender cómo enfermamos y cómo sanamos no podía encerrarme en un consultorio, sino que debía ir allí donde la cosa sucedía, en los lazos cotidianos. Que la facultad me había dado un poco de herramientas y ahora debía aprender cómo usarlas y adquirir otras según el contexto y situación que me convocara. Aprender con otres, ese fue el señuelo.

Rendí el examen de Residencia en Salud Mental Comunitaria en la Provincia de Río Negro y me propusieron la sede de Río Colorado, allí fui, a otros paisajes, otras lógicas. En la mochila del desarraigo pude cargar la música y la canción como bandera, tesoro que me allanó muchos caminos.

En los años que pasé en Río Negro tuve la dicha de formar parte de un gran equipo provincial y conocer gran parte de la argentina y su diversidad.

Aprendí que hay espacios muy interesantes en lo teórico que seguirán siéndolo según puedan (o no) habitarse. Como cualquier dispositivo en Salud Mental, que en general se planifica intramuros pero se sostiene en territorio. El éxito de todo espacio comunitario radica en que los efectores de Salud Mental ya no sean indispensables y puedan ceder los lugares prioritarios dejando que la comunidad pueda hacerlo propio.

Que las probabilidades de que eso suceda están íntimamente relacionadas con que los destinatarios hayan sido co-gestores, desde una participación real.

Que dispositivos valiosísimos como Empresas Sociales, grupo de apartamentos, talleres, etc., eran de excelencia pero requerían necesariamente de la presencia del estado y las políticas públicas para su sostenimiento. Una presencia constante y necesaria en cuanto a recursos se refiere.

En el camino fui viendo que los equipos se arman con la gente que vamos encontrando, la médica del CAPS, el enfermero que también vive en el barrio y la vecina que da la merienda a las niñas y niños de la cuadra. Y que ellos quieren trabajar con una porque primero nos detuvimos a tomar un mate, porque nos interesó el origen de su apellido o porque compartimos cómo nos sentimos en el trabajo, de persona a persona, de vínculo a vínculo. No hacía falta dar discursos acerca de qué era comunitario y qué hegemónico, porque lo interesante era trabajar con el otro buscando lo mejor para la gente del barrio.

Luego en el 2009, llegó Italia, en el último año de la residencia. La rotación internacional como cierre.

Ya en el examen cuando no sabíamos ni siquiera que entrábamos, habíamos fantaseado con una compañera “Todos los caminos conducen a Roma”, el objetivo era Trieste, cuna de la desmanicomializacion y la Ley 180, pionera con Basaglia. En tercer año iríamos dijimos.

Comienzo de la experiencia, el contacto muy artesanal y autogestionado, buscar en internet, obtener un mail y recibir (sorpresa grata) una respuesta. El Hospital y la provincia nos daba los días y 16 euros diarios que era nuestro salario, todo lo demás corría por nuestra cuenta. Y allá fuimos a aprender italiano en 4 meses y a seguir soñando.

Ya en Italia nos recibieron generosamente, nos ofrecieron capacitación en terreno (Que consistía en tratar de sumarte con quien pudieses en el espacio que pudieses para acompañarle en su tarea y preguntar mucho) alojamiento y comida, a cambio de ciertas horas de servicio para el Dipartimento Di Salute Mentale y la ejecución de un taller de nuestro interés en el Centro que nos fue designado. Nuestro taller fue acerca del aprendizaje del español y la cultura sudamericana.

Allí aprendí que el trabajo que se disfruta es el que enriquece y que la locura no es igual en contextos de necesidades básicas satisfechas. “Nuestros locos son locos y pobres” (pensé). Los usuarios italianos tenían en su totalidad casa, comida, vestimenta, educación y vínculos familiares.

Vi la fortaleza de la inclusión de familiares de usuarios como prestadores de servicios en compensación por la atención de su familiar. Tomamos clases de Guitarra con Davide, hermano de Massimo asistente del Centro de día.

La potencia de las cooperativas de Salud Mental, muchas incluidas como prestadoras de servicios del estado. El crecimiento personal, identitario y político de las y los usuarios al recorrer esos caminos.

Vi también que el delirio podía no eliminarse y se podía trabajar con eso. Que efectores de Salud y usuarios podían compartir peñas que fuesen igual de interesantes para ambos grupos y que la comunidad Triestina tenía en su ser la convicción y la vivencia de que “Da vicino nessuno e normale” (visto de cerca nadie es normal). Nadie se asombraba ni pensaba que una persona no estuviese tratada porque deliraba mientras viajaba en colectivo.

Vi a Franco Rotelli caminando por un rosedal de 2000 plantas (un dispositivo del Dipartimento) y cortando pimpollos nos decía que la belleza es salud mental, y entendí que el trabajo que enriquece es el que se disfruta.

Como conclusiones puedo decir que lo comunitario siempre tendrá eso de lo planificado sujeto a la espontaneidad y la oportunidad de los encuentros, que no podremos hacer nada si no nos detenemos a ver al otro sin dejar de vernos. Sus saberes, su cultura, sus creencias.

Que para hacer comunitaria debemos sabernos ignorantes e incompletos y curiosas. Ir a buscar lo que queremos siempre, con constancia y quizá algo de testarudez.

Donde la utopía sea bandera y donde la realidad difícil sea atravesada siempre con otres.

Éste ha sido un “pequeño recordar” de la primera etapa de mi carrera, ahora luego de otros años en la Patagonia y vuelta a Gualeguaychú, mi ciudad natal, sigo trabajando con cooperativas y equipos de salud, escuchando y cantando y sobre todo vivenciando día a día que lo que da frutos es lo que nos convoca.