En este trabajo me interesa abordar el tema de las políticas de cuidado y en particular del cuidado de quienes cuidan, específicamente me centraré en esta temática en relación a los equipos de acompañamiento a víctimas.
Entendiendo que el cuidado es una tarea que atraviesa transversalmente distintas áreas de la vida, siendo una función constitutiva del ser humano, en palabras de Silvia Bleichmar “ser pensado por el otro es condición de la vida en su persistencia”[1] al punto que, si una cría humana no recibe cuidado los primeros meses de vida, muere. Pero también se puede afirmar que el cuidado es un elemento central para el bienestar de las personas a lo largo de toda la vida.
El psicoanalista Fernando Ulloa al referirse a los cuidados primarios, los define como dispositivos de la ternura, “la empatía”, que ese niño, necesitaría y “el miramiento”, ese mirar con interés amoroso; y dice “los suministros de la ternura son tres: el abrigo, para los rigores de la intemperie; el alimento, para los del hambre; y el buen trato, el trato según arte”. En los desarrollos de Ulloa la ternura es entendida como la función que pone freno a la encerrona trágica, esta encerrona cruel es una situación de dos lugares sin tercero de apelación -tercero de la ley- sólo la víctima y el victimario, al tiempo que rescata al sujeto del desamparo (Ulloa, 1988)[2].
A partir de estas conceptualizaciones y considerando el cuidado como una categoría a trabajar, es que considero necesario articularla y analizarla desde una perspectiva de género[3], ya que ni las tareas ni los beneficios del cuidado se distribuyen de forma equitativa en el conjunto de la población, tal como lo plantea Eleonor Faur[4], especialista en relaciones de géneros, familia y políticas públicas:
La organización del cuidado tiene una marca de género muy clara. Ahí tenemos uno de los nudos críticos de la cuestión de los cuidados que, hace varias décadas, estamos tratando de desandar y desanudar desde la academia y el activismo feminista. No se cuida solo en el hogar, sino en distintos escenarios públicos, comunitarios y privados, y no sólo las mujeres tenemos la capacidad de cuidar. Sin embargo, son muchos los engranajes sociales, institucionales, políticos y culturales que definen esta organización del cuidado como una organización generizada. El problema es que, frente a la escasez de políticas públicas, la variable de ajuste para que no se profundice el déficit de cuidados termina siendo la elasticidad del tiempo de trabajo no remunerado de las mujeres.
El derecho al cuidado debe ser considerado en el sentido de un derecho universal de toda la ciudadanía, desde la doble circunstancia de personas que precisan cuidados y que cuidan, es decir desde el derecho a dar y recibir cuidados, plantea la investigadora Laura Pautassi[5], quien analiza el recorrido para el reconocimiento del cuidado como un derecho humano.
En esa misma línea, esta investigadora afirma que
El cuidado, no solo es un concepto polisémico sino claramente transversal, ya que incluye todo el ciclo de vida de una persona, con distintos grados de dependencia y que atraviesa además el ámbito privado y el público. A lo largo de la historia, han sido las mujeres las principales proveedoras del cuidado debido a que la forma de organización social les asignó de manera exclusiva el trabajo de cuidado no remunerado al interior de los hogares, dotado de valoraciones de sentido -cuando no una fuerte carga ética- que ha reforzado lo largo de los siglos esta asignación.
Por todo ello, es necesario pensar que el cuidado a lo largo de todos estos años ha recaído del lado de las mujeres y esto tiene que ver con una lógica capitalista y patriarcal. Es necesario que esto empiece a operar de otro modo para pensar políticas públicas y estrategias que propicien una distribución más equitativa, además de cambios sociales y culturales que fomenten una circulación más dinámica de estas tareas.
Estamos inmersos en una sociedad en la que impera, una “pedagogía de la crueldad’[6] que pone en juego la cosificación de las vidas y la destrucción de los vínculos. Son todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en “cosas”.
Frente a este panorama tan hostil, es que se vuelve imperante pensar dispositivos para concebir y diseñar, lo que Segato llama, contra-pedagogías de la crueldad que puedan oponerse a las presiones de la época. En ese sentido, la autora realiza algunas propuestas:
- La contra-pedagogía de la crueldad tendrá que ser una contra-pedagogía del poder y, por lo tanto, una contra-pedagogía del patriarcado, porque ella se contrapone a los elementos distintivos del orden patriarcal: mandato de masculinidad, corporativismo masculino, baja empatía, crueldad, insensibilidad, burocratismo, distanciamiento, tecnocracia, formalidad, universalidad, desarraigo, desensitización, limitada vincularidad.
- Se debería tomar como ejemplo la experiencia histórica de las mujeres como un modo de pensar y actuar colectivamente, investida en el proceso más que en el producto y, sobre todo, dice la autora, solucionadora de problemas y preservadora de la vida en lo cotidiano.
- Se tendrá que trabajar sobre la necesidad de identificar el propio sufrimiento y poder hablar de eso, cuestión que las mujeres tenemos más habilitado, así como hablar de la victimización de los hombres por los mandatos de masculinidad que están plagados de violencia y que luego recaen sobre la sociedad.
- y por último, propone un proyecto histórico de los vínculos que inste a la reciprocidad que produce comunidad.
Ahora bien, retomando lo planteado anteriormente, se puede sostener que la ternura es el recurso principal como contra-pedagogía de la crueldad, apuntando a recuperar la sensibilidad y los vínculos, oponiéndose a las presiones de la época. Y como propone Segato, “esta contra-pedagogía de la crueldad trabaja en la consciencia de que solamente un mundo vincular y comunitario pone límite a la cosificación de la vida”.
Para profundizar en la temática, me interesa hacer foco en cómo estas problemáticas se visibilizan en los espacios de trabajo donde se llevan adelante políticas de cuidado. Allí donde las problemáticas de género y el cuidado se entrecruzan y complejizan por el impacto que la tarea tiene en quienes la ejercen.
Para ello tomaré como marco lo teorizado por Susana Velázquez puntualmente sobre “el cuidado de quienes cuidan”. Esta autora, hace este desarrollo a partir de su propia investigación en el abordaje de la violencia familiar desde la perspectiva de género.
Me propongo extrapolar algunos de sus aportes a otras experiencias laborales donde también el impacto de la tarea tiene efectos en la subjetividad de los trabajadores, efectos en su salud o desgaste, si estos efectos no son abordados o prevenidos. Tareas para las cuales este marco y sus sugerencias resultan ser un recurso muy valioso.
Esta autora plantea la preocupación sobre la relación existente entre las condiciones de trabajo y las condiciones de salud, en el campo de la violencia de género, y realiza una investigación[7] para detectar los efectos que este trabajo provoca en la salud física y mental de las trabajadoras. Sus hipótesis de partida fueron:
- los equipos de profesionales que se desempeñan en estas áreas son testigos centrales de lo que se ve y se escucha en el encuentro con una persona que sufre violencia.
- los efectos de ser testigos pueden comprometer tanto la salud como el desempeño laboral.
La autora afirma que la tensión psicológica sostenida que acompaña a esta tarea, supone el riesgo de que las violencias de las que son testigo en cada encuentro con una víctima de violencia, se reproduzcan o se instalen en tres áreas del quehacer cotidiano: dentro del equipo de trabajo, en el campo de la entrevista y/o en la persona del profesional.
Podríamos sostener que esto también sucede en muchos otros espacios de trabajos donde se acompaña en la asistencia en situaciones traumáticas, como podría ser: emergencias, trata, violencia institucional, niñeces vulneradas, etc.
Como desarrollo de esa idea, me centraré en los Equipos de Acompañamiento a Víctimas y Familiares del Terrorismo de Estado, que brindan asistencia, contención y asesoramiento.
Entendiendo el acompañamiento como la construcción de un espacio de sostén y confianza en donde se habilite la posibilidad de simbolizar aquello que no se ha podido poner en palabras.
En esta tarea, el eje principal está puesto en contemplar las implicancias subjetivas de las vivencias traumáticas que provocó el Terrorismo de Estado y a las cuales estas personas se vuelven a confrontar a partir de revivir estos hechos, ya sea en los juicios de lesa humanidad como testigos, o en la tramitación de las Leyes reparatorias o situaciones propias de la vida cotidiana.
Como plantea Ana Berezin[8] (prólogo al libro de Mariana Wikinski), esta tarea consiste en
ser testigos de los testigos que han sido víctimas de las diversas crueldades que impone todo sistema de terror y de opresión. No se trata sólo de abrir un espacio hospitalario para dar lugar al testimonio, no se trata sólo de la importancia de quién y de cómo escucha el que escucha. Se trata también, de que para que sea posible narrar un testimonio tiene que haber una alteridad que participe en su construcción.
Es una tarea que interpela a sostener con el cuerpo, con la palabra, con la mirada, con la escucha, a compartir el sufrimiento para que algo de ese daño se transforme, se reparta, para alivianar algo de todo ese dolor, y en particular en los equipos que dependen del estado con la responsabilidad de ser agentes que encarnan ese deber de reparar aquello que el estado terrorista causó.
Quienes trabajan con este modo tan descarnado del sufrimiento, con los efectos del traumatismo causado por la crueldad organizada, se ven confrontados con ese resto incomprensible, de exceso, porque no existen explicaciones, ni palabras que logren dar cuenta de lo que se ha llamado “la banalidad del mal”[9].
Nadie sale ileso frente a la crueldad y es este impacto subjetivo, lo que Susana Velázquez ha estudiado y desarrollado, como el efecto de ser testigo.
Ser testigo, significa enfrentarse con los hechos de violencia, pero estableciendo una distancia “óptima” entre el impacto y la reflexión. Entonces, desde el primer encuentro con una persona que ha sido violentada, quien la entrevista será testigo no sólo de las violencias padecidas sino, también, de los propios violentamientos que despierta la escucha[10].
Quienes entrevistan se convierten en testigos porque escuchan el relato y porque están frente a los efectos físicos y psíquicos de la violencia. Quienes asisten, presencian las huellas visibles en el cuerpo y las no manifiestas pero que se visibilizan mediante la angustia, el miedo, el llanto, la rabia, la vergüenza. Se es testigo, también, de los sentimientos de impotencia, de extrañeza y confusión que caracterizan el proceso de desubjetivización.
También, se es testigo de lo que no se puede nominar porque carece de palabras adecuadas para contar aquello imposible de comunicar.[11]
A pesar de todo esto planteado, los efectos que surgen a partir de ser testigo suelen ser poco tenidos en cuenta por profesionales e instituciones. Recién en los últimos años hubo un incremento en el interés por esta temática expresado en investigaciones y reconocimientos.
Un ejemplo de ello, es que se incorporó en el año 2013 en la versión del DSM-V (American Psychiatric Association) un nuevo criterio para diagnosticar lo que se considera el Trastorno de estrés post traumático[12] y que tiene en cuenta como factor traumático “la exposición repetida o extrema a detalles repulsivos del suceso traumático”, refiriéndose a la exposición por ciertos trabajos.
También se ha conceptualizado como “traumatización vicaria” a este tipo de traumatización terciaria por impacto acumulativo y microtrauma, derivado de la práctica profesional cotidiana que ocurre en clínicos, terapeutas o todo personal de ayuda que conocerá el suceso traumático a través del relato, narración o escritos de la víctima primaria, como en el caso de profesionales emergenciólogos, de salud mental, jurídicos y policiales, en policlínicos o atenciones de choque[13].
Debido a la sensibilización y compromiso que implica trabajar en condiciones de exposición a relatos de situaciones traumáticas, se hace necesario reflexionar, analizar y plantear recomendaciones de cuidado a las personas que se ocupan de estas tareas y a las instituciones gubernamentales y no gubernamentales que llevan adelante políticas de cuidado.
Una de las particularidades que debemos tener en cuenta en el análisis de estas tareas de cuidado, es que son realizadas en una alta proporción por mujeres, y en los equipos de acompañamiento esto también es una constante, lo que implica que estas profesionales estén atravesadas también por las inequidades en cuanto a cargas y responsabilidades en las tareas tanto en el espacio laboral como personal.
Siendo también una constante las insuficientes políticas públicas y acciones privadas en favor de la articulación entre la vida laboral y familiar, como por ejemplo la falta de concordancia entre la carga horaria laboral y la escolaridad pública, la ausencia de licencias que propicien una crianza respetuosa y de calidad, entre otras.
Podemos afirmar que, gracias a la lucha de las mujeres, se está empezando a cuestionar estas inequidades y ampliar algunos derechos (creación de lactarios, extensión de licencias, etc.) en esta dirección, pero aún está lejos de ser tenida en cuenta a nivel de políticas públicas y reglamentaciones.
Estas son algunas de las complejidades que convergen en estas tareas de cuidado, en este contexto socio político actual. Por ello es tan necesario tener presentes estas estrategias de cuidado para quienes cuidan.
Por lo dicho hasta aquí, es claro que estas tareas que implican prestar asistencia y cuidado a quienes lo requieren, y por otra parte dicha tarea puede dañar a quienes la realizan debido al impacto que la exposición a lo traumático produce, requieren de una mirada atenta y reflexiva, para poder ir realizando las acciones necesarias para mantener ese equilibrio entre trabajo y salud de quienes las llevan adelante.
Estas acciones deben ir orientadas a plantear y ofrecer mecanismos de protecciones y auto cuidado para los equipos y los profesionales.
Algunas de estas estrategias, que podemos plantear a modo de ejemplo, son las supervisiones, intervenciones institucionales que aporten miradas externas al grupo y/o institución, supervisiones internas y grupales, capacitaciones constantes, así como la creación de dispositivos flexibles y creativos al interior de los espacios de trabajo que respondan a las necesidades de cada grupo, espacios de formación, reuniones para pensar la tarea, los obstáculos, las dificultades, los criterios de intervención, etc.
Estos dispositivos serán fundamentales para poner a trabajar cuáles son los mecanismos psíquicos que se van poniendo en juego en la tarea, tratando siempre de mantener una distancia “optima” o lo que José Bleger denomina “disociación instrumental”. Esto significa que el profesional, deberá operar disociado, en parte se identificará con quien entrevista (ponerse en lugar del otro) y en parte, permanecerá fuera de esa identificación para observar lo que ocurre (el otro sigue siendo un otro). De esta forma, podrá graduar el impacto emocional y la desorganización que suele ocasionar el relato de escenas violentas y, en consecuencia, evitar un aumento de ansiedad tal que no permita operar e intervenir.
Así, también, la variabilidad y capacidad de transformación frente a lo traumático, va a depender tanto de qué tan advertidos estemos de los efectos que produce, así como de las estrategias que nos demos para elaborar estas vivencias.
Será necesario buscar estrategias personales y grupales para sostener a las víctimas, teniendo en cuenta ciertos límites que permitan proteger a los profesionales, así como también estar alerta de no reproducir la violencia o las tensiones para evitar conflictos, en lo personal, en la tarea o en el equipo.
Por último, Velázquez propone “esclarecer permanentemente las fuentes de malestar para lograr la regulación y el saneamiento de las tensiones intragrupales”[14] y para lograrlo, siguiendo las ideas de Bleger (1966), sugiere:
- El espacio institucionalizado de encuentro para resolver las problemáticas, ya sea para la contención de los miembros o para evaluar los criterios de trabajo, debe ser respetado y resguardado por todos. De esta forma se comprometerá a todo el equipo en la resolución de los acontecimientos grupales.
- Toda situación que ocasione tensión o malestar, ya sea por la índole de la tarea, por el funcionamiento del equipo o por el conflicto entre los miembros, debe ser explicitada en el tiempo y el lugar que el grupo haya convenido de común acuerdo (reuniones de equipo, supervisiones, grupos de reflexión de la tarea).
- Cualquier situación que no sea encarada de esta forma se constituirá en una nueva fuente de tensión y/o rumor que incrementará los malentendidos. Si estas situaciones no son trabajadas por todo el equipo, se transformarán en un foco desconocido de tensión, pero permanentemente activo, que ocasionarán nuevos problemas y dificultades de comunicación.
- Será necesario reflexionar permanentemente sobre las situaciones que obstaculizan la tarea y ocasionan diferentes grados de conflicto. Estos deberán ser explicitados con la finalidad de resolverlos. Caso contrario, operaran como factores que perturban y hacen peligrar la continuidad de trajo del grupo o la de sus miembros.
- Discutir colectivamente en el grupo los criterios de autoridad y de poder, y las normas de legitimación que orienten a gestionar, entre todo el grupo, la toma de decisiones de los diferentes aspectos relativos al funcionamiento del equipo. Solo de esta forma será posible escapar a la arbitrariedad y a la institucionalización del poder generadora de situaciones de conflicto.
La autora plantea que trabajar en forma permanente sobre todos los aspectos que competen al trabajo de un equipo, no solo las dificultades, sino propiciar espacios para compartir el placer y la creatividad es, también, una medida preventiva eficaz de la salud del grupo y de sus integrantes.
En conclusión y según los expuesto, es indispensable pensar, dar lugar, generar políticas de cuidado en los distintos ámbitos y esferas de la vida: sociales, laborales, familiares y personales. Es fundamental que se lleven a cabo para aquellos que las requieran, así como también, y como un punto nodal, en y para aquellos que las brindan: los distintos equipos de acompañamiento no solo no son ajenos a esta necesidad, sino que son sujetos de especial cuidado por las implicancias de su tarea.
Es importante que los trabajadores de los equipos puedan apropiarse de este cuidado, hacerlo colectivo, transmitirlo, trabajarlo, capitalizarlo en reflexiones, dispositivos e intervenciones al interior de la dinámica laboral, ya que así no solo se elaboran los malestares inherentes al trabajo, sino que también se fortalecen y consolidan como dispositivos de intervención y de políticas de cuidado.
Para lograr un mundo vincular y comunitario con mayor equidad y cuidados mutuos, que permita poner límite a las pedagogías de la crueldad, que menciona Rita Segato, es la ternura el dispositivo por excelencia (Ulloa) con sus suministros (el abrigo, el alimento y el buen trato) a fin de detener la reproducción de estructuras alienantes. Ello es solamente posible a través de un modo de pensar y actuar colectivo, siendo el proceso más importante que el producto, proceso histórico-colectivo de transformación de la realidad y productor de nuevas subjetividades.
Bibliografia:
Arendt, H. (1963) Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Lumen
Bleichmar, S: (1993) La fundación de lo inconsciente: destinos de pulsión, destinos del sujeto. Amorrortu
Lamas, M. (2002) Cuerpo: diferencia sexual y género, México, Taurus.
https://www.cedhnl.org.mx/pdf/por%20temas%20especificos%20copia/02%20salud/presentaciones/Trauma_Vicario.pdf
https://www.lanacion.com.ar/opinion/donde-nace-la-crueldad-nid209944/
https://www.pagina12.com.ar/313915-la-organizacion-del-cuidado-tiene-una-marca-de-genero-muy-cl
Pautassi L C. El cuidado como derecho. Un camino virtuoso, un desafío inmediato http://www.revistas.unam.mx/index.php/rfdm/article/view/67588
http://www.derecho.uba.ar/investigacion/documentos/2019-laura-pautassi-el-cuidado-como-derecho.pdf
Segato, R. (2018). Contra- pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo libros.
Segato, R. (29 de mayo de 2015). La pedagogía de la crueldad. Página 12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/dia rio/suplementos/las12/13-9737-2015-05-29.html
Velázquez, S. (2012) Violencias y familias: Implicancias del trabajo profesional: el cuidado de quienes cuidan
Velázquez, S. (2003) Violencias cotidianas, violencia de género: escuchar, comprender, ayudar
Wikinski, M. (2016) El trabajo del Testigo. Testimonio y experiencia traumática
[1] Bleichmar, S: (1993) La fundación de lo inconsciente: destinos de pulsión, destinos del sujeto. Amorrortu
[2]https://www.lanacion.com.ar/opinion/donde-nace-la-crueldad-nid209944/
[3] El género como categoría del campo de las ciencias sociales es una de las contribuciones teóricas más significativas del feminismo contemporáneo. Este marco teórico inédito promovió un conjunto de ideas, metodologías y técnicas que permitieron cuestionar y analizar las formas en que los grupos sociales han
construido y asignado papeles para las mujeres y para los varones, las actividades que desarrollan, los espacios que habitan, los rasgos que los definen y el poder que detentan. Durante siglos la diferencia sexual fue utilizada como el fundamento para que mujeres y varones tuviéramos destinos “por naturaleza” diferenciados, necesidades y habilidades dispares. Así, “la desigualdad social, política y económica de las mujeres en relación con los hombres se justificó como resultado inevitable de su asimetría sexual” Lamas, M., Cuerpo: diferencia sexual y género,
México, Taurus, 2002
[4]https://www.pagina12.com.ar/313915-la-organizacion-del-cuidado-tiene-una-marca-de-genero-muy-cl
[5]Laura C.Pautassi El cuidado como derecho. Un camino virtuoso, un desafío inmediato http://www.revistas.unam.mx/index.php/rfdm/article/view/67588
[6] Segato, R. (2018). Contra- pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo libros.
[7] Velázquez, S. (2012) cap. 7 Violencias y familias: Implicancias del trabajo profesional: el cuidado de quienes cuidan
[8] Wikinski Mariana (2016) El trabajo del Testigo. Testimonio y experiencia traumática
[9] Arendt Hannah, Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal
[10] Velazquez, S. (2003)Pag 269. Violencias cotidianas, violencia de género: escuchar, comprender, ayudar
[11] Idem
[12] El DSM-V (APA, 2013) define el trastorno por estrés postraumático como:
- Exposición a la muerte, lesión grave o violencia sexual, ya sea real o amenaza, en una (o más) de las formas siguientes:
1 Experiencia directa del suceso(s) traumático(s).
2 Presencia directa del suceso(s) ocurrido a otros.
3 Conocimiento de que el suceso(s) traumático(s) ha ocurrido a un familiar próximo o a un amigo íntimo. En los casos de amenaza o realidad de muerte de un familiar o amigo, el suceso(s) ha de haber sido violento o accidental.
4 Exposición repetida o extrema a detalles repulsivos del suceso(s) traumático(s) (p. ej., socorristas que recogen restos humanos; policías repetidamente expuestos a detalles del maltrato infantil).
[13] https://www.cedhnl.org.mx/pdf/por%20temas%20especificos%20copia/02%20salud/presentaciones/Trauma_Vicario.pdf
[14] Velazquez, S. (2003) Pag. 293. Violencias cotidianas, violencia de género: escuchar, comprender, ayudar