La pobreza es un problema que aturde. La pandemia la ha puesto en evidencia de manera particularmente virulenta y los visos estructurales de su persistencia a lo largo de varias décadas la convierten en un dato de la dinámica social argentina.
En lo que refiere al entendimiento en relación al fenómeno, se lo puede abordar de muchas maneras y es posible debatir ampliamente respecto a sus causas y las responsabilidades políticas intervinientes en su determinación. Una cosa es no obstante indiscutible: su eliminación es un imperativo ético y político. No existe desarrollo posible como nación, ni plenitud alguna como pueblo si millones de compatriotas viven sin condiciones mínimas de vida o sin ingresos adecuados.
Más o Menos – Es claro que una primera aproximación al fenómeno obliga a considerarlo en términos deficitarios. Alguien es pobre porque le falta algo. Puede resultar trivial, pero la consideración metodológica de la falta determina la materia a la que nos referimos, así como diferencias en las estrategias para abordarla.
Una caracterización posible utiliza las dos metodologías principales de medición: las Necesidades Básicas Insatisfechas y la Línea de Pobreza.
Las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) se definen de acuerdo con la metodología utilizada por el INDEC. Se estima en los censos nacionales de población que se realizan cada 10 años y se proyectan con otros instrumentos año tras año. Los hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas son los hogares que presentan al menos uno de los siguientes indicadores de privación: hacinamiento (hogares que tuvieran más de 3 personas por cuarto); vivienda (hogares que habitaran en una vivienda de tipo inconveniente: pieza de inquilinato, vivienda precaria u otro tipo); condiciones sanitarias (hogares que no tuvieran ningún tipo de retrete); asistencia escolar (hogares que tuvieran algún niño en edad escolar que no asista a la escuela); capacidad de subsistencia (hogares que tuvieran 4 o más personas por miembro de la familia o grupo conviviente ocupado y, además, cuyo jefe no hay completado tercer grado de escolaridad primaria).
La línea de pobreza y la línea de indigencia se calculan de acuerdo al ingreso de las familias (en rigor, de las personas o de los hogares), a través de la estimación de Canastas Básicas (alimentaria, que determina la línea de indigencia y canasta básica total, que determina la línea de pobreza) y se relevan a través de la Encuesta Permanente de Hogares. Vale decir que el criterio fundamental se determina en torno a que los ingresos sean suficientes para acceder a esas canastas. Como se notará, es un indicador muy sensible a los cambios coyunturales.
Si ordenamos estos dos indicadores en un cuadro de doble entrada, tenemos un fenómeno más consistente, que ofrece mayores orientaciones respecto a las posibilidades de intervención en el corto, mediano y largo plazo.
Cuadro 1: COMBINACIÓN DE MÉTODO DE LÍNEAS DE POBREZA Y DE NECESIDADES BÁSICAS INSATISFECHAS
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Hogares con NBI | Hogares sin NBI |
Hogares Pobres
(por ingreso) |
Pobreza crónica | Pobreza reciente (pauperización) |
Hogares No Pobres (por ingreso) | Pobreza estructural (inercial) | Hogares en condiciones de integración social |
Fuente: tomado de Feres y Mancero (2001)
La figura permite sistematizar cualitativamente diferentes categorías en función de esta caracterización. La “pobreza dura” se representa como “crónica” por conjunción de necesidades básicas insatisfechas e insuficiencias en el ingreso.
Ahora bien, si la pobreza puede definirse en tanto carencia material, su continuidad intergeneracional impacta en el capital cultural y social de los excluidos. Así, los esquemas de referencia indispensables en los diversos campos que configuran la realidad social se tornan incongruentes con las posiciones hegemónicas, incrementando la vulnerabilidad social de los sujetos implicados. Los efectos de este proceso, eminentemente simbólicos, suelen observarse en la creación de valores, códigos y pautas culturales subalternas que establecen la legitimación de estrategias de supervivencia específicas.
La pobreza dura, exclusión o marginalidad, no es entonces fácilmente atacable con crecimiento económico, oferta de empleo ni planes o programas de ingreso de emergencia, sino que requiere un conjunto articulado de medidas de inserción laboral y educativa, y de promoción familiar y comunitaria, sostenidas en el tiempo, que apunten a mejorar las condiciones de acceso de las familias socialmente vulnerables y/o en riesgo social a los derechos básicos, y a quebrar la transmisión intergeneracional de la pobreza.
Al incorporar los aspectos simbólicos y subjetivos para abordar el fenómeno aparece también la necesidad de concebirlo en términos positivos: de su potencialidad y fortalezas. En primer lugar, porque la subjetividad se inscribe de maneras muy específicas y singulares y en segundo término porque esta inscripción da lugar a respuestas y estrategias a partir de las cuales se pueden construir las modalidades de revinculación al tejido social deshilachado.
El abordaje a partir de interseccionalidad (Lugones, 2008) y vulnerabilidades es un aporte instrumental indispensable para cualquier intervención en el universo que podríamos caracterizar en sentido amplio como simbólico (del orden de la significación y la subjetividad). Se enmarca en la perspectiva de derechos y apunta a desentrañar y potenciar lo que el sujeto ha hecho de su existencia a partir de su inscripción en lo social. Este enfoque incorpora las dimensiones hegemónicas de subordinación tanto materiales como simbólicas, de allí que incorpora al género, raza y clase y su configuración especifica en sujetos individuales y colectivos. La pobreza no opera igual ni material ni simbólicamente en mujeres o en varones, niños o adultos, pueblos originarios o personas con discapacidad.
El orden de pobreza de las últimas 3 décadas ha configurado un país distinto al imaginario que se ha sostenido por la tradición de los inmigrantes y los dos grandes hitos de inclusión del siglo XX (el yrigoyenismo y el peronismo). Argentina se ha convertido a un país menos justo y más golpeado en relación al que quedó patentizado en los relatos populares, con menos posibilidades y más problemas.
Una publicación reciente del Observatorio de la Deuda Social Argentina presenta una serie histórica de los conceptos esbozados en este artículo. Analizándolo rápidamente, se logran apreciar las dos grandes crisis macroeconómicas de la democracia (hiperinflación y crisis del 2001) con aumentos exponenciales de los niveles de pobreza e indigencia (por ingreso). También puede apreciarse cómo la pobreza estructural ha ido en ascenso, estableciendo un piso decisivamente alto (2 de cada tres pobres no puede salir de la pobreza).
Cuadro 2 Reconstrucción de la Serie histórica de indigencia y pobreza en la Argentina con la nueva metodología del INDEC.
Fuente: Observatorio de la Deuda Social Argentina (2020)
En lo que refiere al campo de la Salud Mental, son posibles varias consideraciones, que sin ser exhaustivas pueden aportar a un debate más integral que incorpore esta perspectiva. Ejemplos concretos son los y las profesionales que trabajan en ámbitos públicos con servicios de psicología (psicoterapéuticos), por lo general saturados y en condiciones poco adecuadas (salas de guardia superpobladas, falta de espacios). Para aquellos y aquellas que ejercen en servicios públicos vinculados a la Salud Mental –particularmente los destinados a poblaciones vulnerables (de niñez y adolescencia, mujeres y género, adultos mayores, pueblos originarios, personas privadas de libertad, entre otros), cualquiera sea el dispositivo de intervención, por lo general se ejerce en contextos de desborde. En el campo de la educación, en cualquier nivel e incluso en el ejercicio privado de la profesión. También podría hacerse hincapié en el conjunto de fenómenos asociados a las condiciones de vida de las personas pobres e indigentes o el modo en que esas condiciones pueden propiciar situaciones ultrajantes para los cuerpos y las subjetividades. Otro conjunto de consideraciones puede dirigirse a las redes en las que debe apoyarse la intervención en los casos más graves, también desbordadas.
Es claro que este escenario determina profundamente la orientación de la práctica. Ocupa un lugar central en el campo de la política y de la deontología e implica la necesidad de recuperar las reflexiones y los saberes situados. Es determinante un doble movimiento que logre despejar, por un lado, la especificidad del campo de intervención y por el otro, la función social del ejercicio de la profesión, su dimensión más política y asociada al entramado de relaciones de poder.
Fuentes citadas
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (2021), Panorama Social de América Latina, 2020 (LC/PUB.2021/2-P/Rev.1), Santiago.
Feres, Juan Carlos y Mancero, Xavier (2021), Enfoques para la medición de la pobreza: breve revisión de la literatura, Santiago.
Lugones, Maria (2008) Colonialidad y Género, en Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9
Observatorio de la Deuda Social Argentina (2020), citado en https://www.infobae.com/economia/2021/04/04/agustin-salvia-de-la-uca-es-poco-probable-que-la-pobreza-baje-del-40-durante-2021/