Select Page

Nombrar la muerte para Matar al patriarcado

  • Artículos
  • Ejercicio Profesional
  • N° 4
  • Salud Mental

Irma Colanzi, Feminista. Investigadora CONICET. Doctora en Ciencias Sociales (UNLP). Doctoranda en Psicología (UNLP). Mg. en Género, Sociedad y Políticas Públicas (FLACSO). Especialista en abordajes de violencias interpersonales y de género (UNLP). Especialista en Educación, Género y Sexualidades (UNLP). Especialista en Epistemologías del Sur Global (CLACSO). Lic. y Prof. en Psicología.

Tramas de desmemorias y violencias que desafían la salud mental

“Matar y que no haya muerte. Hacer desaparecer; borrar, negar hasta la muerte misma. Borrar las categorías del ser humano en sus dos vertientes de su existencia: la de la vida, la de la muerte, indisolubles”

Gilou García Reinoso, 2009

 

 

La salud/salud mental es un interrogante en una sociedad en la que aún hoy no está garantizado el ejercicio de la ciudadanía plena para algunxs sujetxs políticos, específicamente las mujeres y el colectivo LGTTBIQ+. Esto significa que persisten las vidas precarias y las vidas no lloradas (Butler, 2010), las malas víctimas a las que el sistema se les viene encima. Es así como nos proponemos situar algunas discusiones en torno a la salud/salud mental, a partir de dos coordenadas: 1) cómo en nuestro país hay un resto no elaborado de episodios traumáticos a nivel social que han marcado la concepción de salud mental 2) cómo en este presente, que reconfigura el pasado, las violencias estatales se observan en el ejercicio sistemático de las violencias contra las mujeres y el colectivo LGTTBIQ+. Ambas líneas se entrecruzan, por momentos se fusionan en la sistematicidad técnica del ejercicio del sufrimiento frente a determinados cuerpos – territorios. Es entonces, en estos dos ejes que trataremos de propiciar algunas preguntas sobre la salud/salud mental y específicamente sobre las violencias como un eje clave de la salud, en un continuum histórico, cuyo resto traumático no deja de repetirse, y constituye un desafío para las políticas de salud/salud mental.

 

La salud mental, una pregunta que insiste y resuena

Las prácticas de salud mental en la ciudad de La Plata, tuvieron un momento que podríamos denominar de vanguardia entre fines de los años 60 y principios de los años 70 (entre dictaduras). En aquel entonces, había una definición política del compromiso y responsabilidad de lxs trabajadorxs de la salud mental, agentxs de cambio (Bleger, 1963), que además se relacionaba con la participación activa en espacios que habían sido marginados para el campo psi como los nosocomios, pero también con invenciones en las que dialogaban los feminismos y los discursos postcoloniales. En cuanto a esto último, la militancia con perspectiva de género y las lecturas de autorxs postcoloniales como Frantz Fanon, eran algo frecuente en lxs actorxs que llevaron adelante estas intervenciones.

La experiencia de intervenciones en talleres de libre expresión dentro del Hospital Alejandro Korn[1], de la localidad de Melchor Romero, nos permite apreciar el lugar comprometido de la intervención en salud mental (Chama, 2015), así como también la dimensión de la invención, en tanto un acto creativo, pulsión de vida, frente a las tramas de deshumanización de las instituciones de encierro. En este sentido, nos interesa destacar además que quienes llevaron adelante estas acciones eran mujeres: Liliana Guido, Amalia Rétori, Leticia Cufré, Edith Pérez y Ana María Fernández, para destacar a algunas de las protagonistas. Estas experiencias nos permiten pensar en el primer eje de este artículo, las intervenciones en el hospital de Romero se orientaban a “matar la muerte”, como plantea Gilou García Reinoso, a configurar espacios vinculados con las prácticas de la ternura en el campo de la salud mental:

Las mujeres estaban con harapos, tiradas en el piso. Electroshok todos los días. En verano hacía mucho calor y entonces estaban tiradas en el pasto llenas de moscas, porque estaban muy mal aseadas. Y entonces Liliana [Guido], que era genial, un día lleva de su casa una maquinita de ´flee´ para las moscas. Ella llevó de la casa y le empieza a tirar ´flee´ a una de las internas. Eran subhumanas aparentemente, eran seres deshumanizados, aparentemente. Y entonces al minuto se había formado una fila con todas las internas de la sala esperando que les pusieran flee para las moscas. Y ahí entendí, y me ha servido tanto para ir a las villas y esos lugares, donde la gente vive situaciones espantosas y uno dice ¿qué puedo hacer como psicóloga acá? ¿no?, qué voy a andar con la novelita del Edipo, ¿qué puedo hacer acá? con estos niveles de vulnerabilización extrema, hoy uno diría necropolítica. Ahí yo entendí algo que me acompañó siempre hasta el día de hoy, que por más alejado de la mano de dios que esté una persona o un grupo, si vos te dirigís a esa persona sin miedo, sin rechazo, si la mirás a los ojos y tenés un mínimo gesto, si la reconocés como un otrx, como un semejante, a esa persona le devuelve lo humano. Por más extrema que sea esa situación de vulnerabilización, uno puede ayudar a que algo se modifique. Porque estas mujeres que estaban en la cola para que les echaran flee, estaban pidiendo, estaban entendiendo que ahí había una opción de lo humano mínima, que era no tener moscas y desearon eso. (Entrevista a Ana María Fernández, 6 de junio de 2020)

La definición de salud que plantea Ana María Fernández se vincula con intervenciones subjetivantes, que subvierten las prácticas de la necropolíltica (Mbembe, 2011), estrategia de control geopolítico a través del ejercicio del sufrimiento, que no dejan de repetirse, como el resto traumático, en nuestra sociedad. A su vez, Ana María Fernández, refiere a la salud /salud mental como un gesto humanizante. Vamos a proponer entonces que este tipo de prácticas que alojan las vidas precarias, con un gesto de cuidado, configuran lo que denominaremos en este artículo como tecnologías de ternura. En este término, se conjugan los desarrollos de Fernando Ulloa y los la teoría queer con Teresa de Lauretis, en la medida que proponemos cuirizar  la tecnología de género[2], dado que las prácticas de dominio en lo que respecta al género, hacen uso de los mandatos y estereotipos de género, pero podemos emplear la noción de tecnología para desarmar la técnica de los aparatos estatales que ejercen las violencias, para dar paso a una trama de reelaboración de cuidado, Cuirizar la tecnología de género supone un gesto subjetivante, un movimiento disidente que rompe con la matriz de inteligibilidad de las vidas que merecen ser vividas y/o lloradas, para dar lugar, simultáneamente, al desarme de los escenarios de vulnerabilidad y al acto político de erigir al otrx en tanto sujetx de derechos, sujetx pasible de ser cuidado.

En línea con lo anterior, Fernando Ulloa (2009) problematiza la noción de salud mental y propone una concepción de salud mental ligada con la cultura, por ello tomaremos en primer término, aquella dimensión de la cultura vinculada con las violencias institucional en nuestro país, y, en segundo lugar, con las violencias que en la actualidad configuran un grave problema de salud pública: las violencias de género.

En cuanto a la primera línea, que se inscribe en el eje 1 de análisis de este trabajo, haremos referencia al planteo de Ulloa y de García Reinoso. Ulloa conceptualizó la salud mental: primero, como producción cultural ligada a la ternura

buen trato es el nombre adulto de la ternura, ternura apunta a ese niño que Fairbain hacía pensar que era su propio niño, pero los suministradores de la ternura no les alcanzan eso, entonces es buen trato, dado que a una persona amada no se le pude decir ´Vos sos una persona muy bien tratante´, uno le dice que es tierna. (Ulloa, 2009, p. 87)

La segunda línea, refiere a la “cultura de la mortificación”, que Ulloa inscribe en las tramas de violencias estatales de la última dictadura cívico, militar, eclesiástica y económico-financiera en nuestro país, ya que en la crueldad del sentido común se puede identificar en “por algo será”, “algo debe haber hecho”. En este trabajo, vincularemos las violencias de Estado de las desapariciones de la última dictadura, con lo que hoy, también de manera sistemática ocurre con las violencias de género. Ulloa propone que en la cultura de mortificación “la queja nunca se recibe de protesta y donde la infracción ventajera nunca se recibe de transgresión” (Ulloa, 2009, p. 88). Casi como un grito sin voz, un llamado de atención que no es significado como tal, la mortificación puede ser leída como aquello que ocurría con la salud mental luego de la dictadura, su forclusión (Del Cueto, 2014) en las instituciones de salud, pero también como una instancia de subalternización[3] que situaremos en este artículo como algo propio del campo de salud mental platense, es decir como un conjunto de fuerzas, disputas disciplinarias y colectivas, en las que las invenciones de vanguardia de la salud mental fueron desarmadas e invisibilizadas.

[A fines de los años 60 y principios de los años 70, durante la experiencia en el Hospital de Melchor Romero], nosotros lo inventábamos todo, ¿por qué teníamos la libertad de inventar? primero porque habíamos hecho una actividad militante cuando estudiábamos, teníamos un pensamiento crítico y eso te habilita a inventar cosas. Por otro lado, en los comienzos de una carrera todo era posible (Entrevista a Ana María Fernández, 6 de junio de 2020).

Las palabras de Ana María Fernández nos permiten reflexionar sobre lo acontecido, y podemos plantear que en base a las investigaciones desarrolladas sobre el impacto de las dictaduras en el proceso de construcción de la identidad profesional de psicólogxs en La Plata, en la construcción del campo de la salud mental platense[4], operó una ruptura que presenta especificidades (Dagfal, 2011; 2014). Ludmila Da Silva Catella (2001) reconstruyó las historias de familiares de desaparecidos en nuestra ciudad, y allí señaló cómo La Plata fue especialmente afectada por las desapariciones en la última dictadura, y podemos situar cómo éstas contribuyeron a las forclusiones de la salud mental. En tal sentido, abrevaremos en el planteo de Florencia Levin (2020) que analiza la tensión entre la historia y la memoria, para dar lugar a la noción de trauma y cómo éste supone un desafío, dado que “si bien la historia nace de la memoria” (Traverso 2007, p. 76. en Levin, 2020), es preciso documentarla para configurar una historia crítica. De esta manera, proponemos en este artículo que las prácticas de salud mental y específicamente el campo psi platense, aún hoy se encuentra hilvanando los retazos de su historia, de sus memorias, no sin antes requerir de lo que denominamos un proyecto de audibilidad del campo psi platense.

Siguiendo a Levin “lo traumático (o más específicamente, el carácter traumático de lo traumático) constituye lo no inscribible de la operación histórica de la historia reciente argentina, el hueco que esconde lo no dicho de lo dicho” (Levin, 2020, p. 318), esta operación no deja de no inscribirse en el campo de la salud mental platense y es frente a la cual asumimos el desafió presente de (re)escribir esa historia.

Asumimos entonces una responsabilidad, y siguiendo a Gilou Garcia Reinoso, reflexionaremos acerca del riesgo de “no saber”. La autora retoma las reflexiones de Freud en torno a la guerra, que nos permite revisar la dimensión traumática del campo de la salud mental platense:

Hemos intentado matar la muerte por el silencio. Pues bien, esta actitud acerca de la muerte produce un fuerte efecto sobre la vida: la vida se empobrece, pierde su interés, cuando el precio máximo en juego de la vida – que es la vida misma- no puede ser puesta en juego […] no sería mejor dejar la muerte en el lugar que le corresponde por derecho, y dejar aparecer en algo nuestra actitud inconsciente hacia ella, ¿a la que hemos sofocado hasta ahora con tanto cuidado? Todo ello no parece ser una gran conquista, pero tiene la ventaja de dejar más lugar a la verdad, y de esta manera hacer que la vida nos sea nuevamente soportable. (Freud, 1915)

La tensión entre memoria e historia crítica impulsa y revitaliza la salud mental, hace de la Historia, una trama viva, e impulsa un margen posible de elaboración frente al resto traumático que retorna insistentemente.

Lo real traumático en la actualidad, para el campo de la salud/salud mental, se puede identificar en las violencias de género, un problema cultural, y por lo tanto, una grave problemática de salud mental, que da lugar al segundo eje de trabajo de este artículo: cómo en este presente, que reconfigura el pasado, las violencias estatales se observan en la sistemática matanza de mujeres y colectivo LGTTBIQ+, donde también aparecen las frases “por algo se queda”, “algo debe haber hecho”, retóricas que legitiman lo que hoy nombramos como femigenocidio, travesticidio o transfemicidio (Segato, 2011b).

En el segundo eje retomaremos las voces de mujeres víctimas de violencias, a fin de indagar sobre lo que García Reinoso señala como un sistema productor de víctimas.

 

El continuum de las violencias de género

Las violencias de género son una de las problemáticas más complejas de la salud mental. La posibilidad de contemplar en los determinantes de la salud al género, y en consecuencia a la violencia de género es un desafío acuciante.

A partir del recorrido que hemos efectuado en el primer apartado, trataremos de articular la idea de “matar la muerte”, que en un primer momento pensamos en torno al horror del terrorismo de Estado, con la compleja maquinaria de matanza y desapariciones del patriarcado en el presente.

Inés fue detenida en el año 1973, en la cárcel de Devoto, durante la última dictadura cívico militar. Allí fue testigo de las peores atrocidades. Allí perdió su voz. Con la llegada de la democracia Inés se enfrentó al ejercicio de la maternidad, y se encontró con los miedos de su hija, quien lloraba inexplicablemente en el jardín de infantes, con un llanto desgarrador.

 Una de las profesionales del jardín me dijo “Mirá, hay algo que acá no me cuaja a mí, tu hija tiene un miedo por no sé qué, porque ella tampoco sabe qué es”. Aparentemente yo le pasé los miedos, se los transmití de alguna manera. Y mi hija, tenía miedo a la desaparición. (Testimonio de Inés, ex presa política de la cárcel de Devoto)

El testimonio de Inés denuncia las violencias que han marcado las desmemorias de nuestro presente, sus atrocidades (Calveiro, 2008), sus múltiples tramas de violencias no pueden ser problematizadas sin considerar el continuum de emergencias al que nos enfrentamos. Las violencias se nutren de la potencia simbólica de las desmemorias, de la eficacia simbólica de los silencios.

Lo no elaborado invade el presente, así como el llanto de la hija de Inés, el presente se detiene ante el horror (Cavarero, 2009), que paraliza la acción, y allí adquiere una efectividad que responde a lo traumático no elaborado en el contexto social.

La figura de La Mujer ha sido ampliamente cuestionada por los feminismos negros y descoloniales (Lorde, 1979; Bidaseca, 2011), dado que constituyó una imagen impuesta por el feminismo blanco y académico, que redundó en la esencialización de la misma, y la cristalización de un discurso. Las agencias estatales y los organismos de gobierno accedieron a su uso, a través de la creación de áreas de la mujer, y su inclusión ficticia en las políticas públicas, ahondando aún más las brechas y disputas al interior de los feminismos.

Los aportes de Judith Butler (1997) han contribuido a instalar nuevas lecturas políticas de la subordinación histórica de diferentes colectivos, que exigen el pleno ejercicio de su ciudadanía, sin embargo, aún hoy el Estado para muchas mujeres y el colectivo LGTTBIQ+ sigue mostrando exclusivamente su faz punitiva.

Analizaremos entonces en la trama estatal cómo operan las tramas de las violencias y su continuum histórico, que responde a una multiplicidad de actores y retóricas complejas.

Desde el enfoque de género la noción de Estado nos remite al contrato social-sexual (Pateman, 1995), pacto establecido entre varones cis propietarios, que situó a las mujeres e identidades disidentes, en tanto cuerpos pactados. Retomando las palabras de Inés, la criminalización de las mujeres se legitimaba con el silencio, y se despliega hoy también con una gran eficacia.

El Estado tiene, como afirma Rita Segato (2016), un ADN masculino, que impone una matriz binaria moderna, en el marco de la cual las mujeres que no responden a las normas impuestas, ya sea por su condición de vulnerabilidad, por su situación vincular, por su condición de transgresoras, constituyendo una alteridad punible.

Siguiendo los postulados de Segato, acerca de la pedagogía de la crueldad (Segato, 2006), es posible plantear que la abyección de los cuerpos asociados a la esfera doméstica e íntima, o aquellos cuerpos -territorios que transgreden las fronteras sexuales como los cuerpos trans–travestis-, son objeto de punición continua mediante el encierro punitivo y la imposición del régimen de género. Esto supone pensar que para determinados cuerpos opera un continuum de violencias como estrategia de gobierno patriarcal, que se impone a partir de una persecución y un gobierno punitivo.

Hoy podemos advertir que no es sólo una persecución, sino también una guerra, un estado de excepción que se vincula con el planteo de Walter Benjamin, quien da cuenta de la emergencia como un estado constante del presente: “la tradición de los oprimidos nos enseña entretanto que el estado de emergencia en el que vivimos es la regla” (Benjamin, 1940).

En consonancia con lo anterior, Rita Segato (2016) nos propone pensar en la construcción de una segunda realidad, un para-estado mafioso, que se alimenta de lo no elaborado invadiendo táctica y estratégicamente en el presente. Dicha realidad paralela resulta de los grandes negocios del presente, la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral, el narcotráfico, los negocios de las fuerzas de seguridad. Se define entonces una nueva territorialidad basada en un estado de excepción en el que las mujeres y las identidades disidentes, tienen un lugar peculiar, porque sostienen los límites visibles de estos grandes montajes y van configurando territorios de disputas y conflictos.

La metáfora de esta territorialidad de violencias, que redunda en una guerra contra los cuerpos abyectos (Butler, 2002) es la pintura “Violencia” de Alejandro Obregón, este pintor colombiano retrata el período histórico de La Violencia, para desplazarlo a la mutilación de un cuerpo de mujer – territorio de conquista.

La figura de una mujer mutilada que se funde con el horizonte, los trazos oscuros de la imagen nos permiten pensar en lo negado y silenciado. Es sobre determinados cuerpos que se advierte la guerra y las violencias sistemáticas.

El continuum de violencias histórico al que nos enfrentamos se aprecia en lo que Segato (2013) denomina la rapiña sobre las mujeres, como ejercicio de circulación metonímica de los cuerpos forcluidos del contrato social- sexual, que castigan los fráteres.

Los cuerpos de lxs sujetxs abyectxs son cuerpos impensables, es decir que no existe aún un marco de inteligibilidad que permita nombrarlos, alojarlos, por esta razón aparecen las violencias de la coacción para subordinar, mutilar, violar. Estas prácticas van adquiriendo el estatuto de acciones semióticas lo que conlleva a la dimensión de castigos ejemplares para el dominio de los cuerpos-objetos femeninos, feminizados, forcluidos, impensados.

 

Algunas reflexiones y resonancias

Ningún hombre narra una guerra hablando de los estragos que los parásitos pueden causar en los cuerpos de los niños cuando estos son pobres y carecen de lo más elemental. Los hombres hablan de héroes, de batallas, de armas, de escaramuzas, en fin, de todo lo que los hace guerreros; mientras que las mujeres nos cuentan las miserias de la guerra a través de los cuerpos de sus hijos.

Marta Uribe Alarcón, 2015

 

Walter Benjamin analizó la pintura “AngelesNovus” de Paul Klee, en la cual Benjamin observa al ángel en un momento que define por su mirada que se posa sobre algo, distante, con las alas tendidas. Benjamin interpreta que ésta debe ser la figura del ángel de la historia:

su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas (…) Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso. (Benjamin, 1940)

La mirada del ángel reposa sobre lo olvidado, aquello que refleja lo catastrófico, y que es situado en el lugar en que habita la desmemoria que no deja de reproducirse. Los acontecimientos catastróficos a su vez permiten pensar en cómo a través de las desmemorias se reproducen las violencias del olvido, las violencias relacionales que imposibilitan la elaboración de los hechos catastróficos y traumáticos.

Los hechos de violencias que cotidianamente afectan a las mujeres, las travestis, las trans, entre otros colectivos, se han transformado y se cimientan en el olvido y los silencios.

La imposibilidad de la palabra supone el desarrollo de un proceso de silenciamiento de las víctimas, condición necesaria para la naturalización de las violencias y su continua reproducción.

La eficacia de esa desmemoria se observa en la sospecha que cae sobre las víctimas y sus silencios, dado que el proyecto social de escucha frente a este padecer, es un desafío institucional y gubernamental que no ha sido plasmado.

Podríamos alojar la mirada interpeladora del ángel, lo que significaría observar las vidas precarias, las vidas lloradas, las vidas forcluidas. Pero para poder hacer audible el llamado de auxilio en el estado de emergencia, es preciso considerar esa vida como una vida digna:

una vida concreta no puede aprehenderse como dañada o perdida si antes no es aprehendida como viva. Si ciertas vidas no se califican como vidas o, desde el principio, no son concebibles como vidas dentro de ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerarán vividas ni perdidas en el sentido pleno de ambas palabras. (Butler, 2010, p. 13)

De acuerdo al planteo de Judith Butler, sólo si una vida es considerada como tal, es posible pensar un proyecto social que contemple el reclamo, que propicie la escucha.

Cuando hablamos de salud/salud mental, hablamos de compromisos políticos, de participación, de responsabilidad, de generar nuevas formas de subversiones y resistencias, de alojar el continuum de violencias con tecnologías de ternura, que transformen la matriz de inteligibilidad del presente. Retomando las palabras de Gilles Deleuze “No hay lugar para el temor, ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas” (En Ulloa, 2009, p. 47).

 

Referencias

Benjamin, W. (1940). Tesis de filosofía de la historia. Madrid: Taurus.

Bidaseca, K. (2011). “Mujeres blancas que buscan salvar a las mujeres color café de los hombres color café. Desigualdad, colonialismo jurídico y feminismo postcolonial”. Andamio – Revista de investigación social, v. 8, n. 17.

Bleger, J. (1963). Psicología de la conducta. Paidós.

Bultler, J. (1997). Sujetos de sexo / género / deseo, pp. 1-20, Revista Feminaria, Año X, Nº19, Junio.

Butler, J. (2010). Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós.

Calveiro, P. (2008). El testigo narrador. Revisa Puentes. Revista Puentes, 2 (24), pp. 50 – 55.

Cavarero, A. (2009). Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea. México: Anthropos.

Da Silva Catela, L. (2001). No habrá flores en la tumba del pasado. La experiencia de reconstrucción del mundo de los familiares de desaparecidos. Ediciones Al Margen.

Dagfal, A. (2011). Entre París y Buenos Aires. La invención del Psicólogo. (1942 – 1966). Paidós.

Dagfal, A. (2014). La Identidad Profesional como Problema: El Caso del “Psicólogo-Psicoanalista” en la Argentina (1959–1966). Psicología en Pesquisa, N°8, enero-junio, pp. 97 -114.

De Lauretis, T. (1999). Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Madrid: Horas y horas, la editorial.

Del Cueto, Ana. (2014). La salud mental comunitaria. Vivir, pensar, desear. Fondo de Cultura Económica.

Freud, S. (1915). De Guerra y muerte. Temas de actualidad. Amorrortu editores.

García Reinoso, G. (2009 [1984]). Matar la muerte. En Kazi, Gregorio. Subjetividad y contexto. Matar la muerte. Ediciones Madres de Plaza de Mayo.

Ulloa, F. Durruty, G. Bertolino, M. (2009). Falsos y verdaderos demonios. A treinta y un años del golpe de Estado de 1976. En Kazi, Gregorio. Subjetividad y contexto. Matar la muerte. Ediciones Madres de Plaza de Mayo.

Levin, F. (2020). Un grano de arena en la inmensidad del mar: lo que puede aportar la historia a la elaboración de pasados traumáticos. Historia da historiografía, v. 13, n. 33, p. 309-339.

Lorde, A. (1979). Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo. Comentarios en el panel “Lo personal es político” durante la Conferencia sobre el segundo sexo. New York.

Mbembé, Achille. (2011). Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado indirecto. Melusina. Parte I: “Necropolítica”, pp. 19-75.

Pateman, C. (1995). El contrato sexual. México: Anthropos.

Segato, R. (2003), Las Estructuras Elementales de la Violencia, Buenos Aires: Prometeo y Universidad Nacional de Quilmes.

———————–(2016). La guerra contra las mujeres. Buenos Aires: Traficantes de sueños.

_____________ (2011a ) “Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un vocabulario estratégico descolonial”, en Bidaseca, Karina y V. VazquezLaba (eds.): Feminismos y poscolonialidad. Buenos Aires: Ed. Godot

_____________(2011b). “Femi-geno-cidio como crimen en el fuero internacional de los Derechos Humanos: el derecho a nombrar el sufrimiento en el derecho”, en Rosa-Linda Fregoso y Cynthia Bejarano (eds.): Feminicidio en América Latina, Mexico, DF: Centro de Investigaciones de Ciencias Sociales y Humanidades and Universidad Nacional Autónoma de México.

______________ (2006). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, Soberanía y Crímenes de Segundo Estado, México, DF: Ediciones de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Uribe Alarcón, M. (2015). Hilando fino. Voces femeninas en La Violencias. Editorial Universidad del Rosario.

[1] Este hospital psiquiátrico se encuentra ubicado a 15 km de la ciudad de La Plata. Fue creado en 1884 para funcionar como hospital público general, destinado a varones, mujeres y niñxs con enfermedades comunes o demencia. Por la demanda creciente de pacientes con trastornos psiquiátricos se convirtió en 1889 en hospital neuropsiquiátrico. Eugenia Odorizzi (2004) señaló que el 21 de julio de 1882 la Cámara de Senadores sancionó el proyecto de ley sobre la construcción de edificios públicos, autorizando al Poder Ejecutivo a invertir y creando una comisión para la construcción de los edificios del Consejo de Higiene y Vacuna, Hospital y Casa de Dementes. En 1883 la Legislatura de la provincia sancionó una ley que dispuso la construcción del Hospital Barraca para varones y mujeres, con el nombre de Melchor Romero. A mediados de 1960 el hospital tenía 2600 camas.

 

[2] Tomamos el término cuirizar como una estrategia semiótica de subversión discursiva, es decir, resignificamos la noción de tecnología de género que emplea Teresa De Lauretis, para dar cuenta del proceso de representación y autorrepresentación de modelos binarios y jerarquizados de las construcciones socio-culturales y políticas de la diferencia sexual. Cuirizamos la noción de tecnología para pensarla como herramienta en la salud mental, tomando la idea de cuidado y buen trato de Fernando Ulloa: tecnología de ternura.

[3] La noción de subalternización es empleada por las epistemologías del sur global, para analizar la estrategia de imposición epistemológica que ocurre con determinados saberes. En cuanto a la psicología, dentro del campo psi, podemos advertir su condición subalterna frente a las pujas políticas de la psiquiatría, y en modo en que una carrera feminizada, por la cantidad de mujeres en su matrícula, como Psicología, era objeto de múltiples impedimentos que se traducían en la imposibilidad del ejercicio de la clínica, en tantos obstáculos y disputas.

[4] Estas reflexiones se sustentan en mi investigación doctoral iniciada en el año 2015, con la dirección del Dr. Luis Sanfelippo, la Prof. Laura Lenci y el Dr. Alejandro Dagfal, titulada Procesos de construcción de la identidad profesional de lxs psicólogxs platenses entre dictadura (1962 – 1976).