“La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes” John Lennon
En el último tiempo vengo escuchando, con bastante insistencia en diversos ámbitos, esta cuestión de no poder planear nada, particularmente a partir o en el transcurso de la pandemia por Covid-19, y no tan sólo en la clínica -en los decires de los pacientes- sino también en el discurso social, y que refiere a esta ¿imposibilidad? de no poder articularse frente al paso del tiempo y más aún, a la incertidumbre del futuro. Si bien es un poco de esperar la notable reacción preponderante ante la imprevisibilidad del suceso sanitario antes mencionado, la pausa llegó en muchos casos de manera obligada. Se cristalizó, se evidenció algo que es cotidiano y a lo que en general no se le da importancia por estar haciendo “otra cosa” (el famoso “no querer saber nada de eso” de la posición neurótica), “otra cosa” que poco tiene que ver con una posición deseante.
La declaración del beatle, indudablemente, sostiene esta perspectiva. O sea, escinde la vida de hacer planes, como si estos últimos fueran ajenos a la existencia misma. En este punto nos preguntamos ¿Con qué tiene que ver el vivir? ¿Depende exclusivamente de las condiciones externas al sujeto? ¿De qué serviría la vida, si no pudiéramos extraviarnos en los senderos de las elecciones, de los planes? Pareciera que la idea de figurarse un destino (rígido) no contempla el devenir, lo imponderable, en tanto multiforme para los cambios, sino más bien un futuro estratificado que nos ¿asegura? lo que sucederá. Bajo estos sintagmas, los sujetos esquivan la pregunta por su deseo y evitan la angustia, taponando el vacío de la existencia con exigencias de superproducción por ejemplo.
Lo que nos permite en tanto humanos anudar la historia y el futuro singular de cada quien al presente, es el deseo, en tanto nos conecta con el hoy, aquí y ahora, pero no en tanto imperativo del Capitalismo empuje al consumo y la producción intermitente, sin corte; conectarse con el deseo nos obliga a tomar una posición singular respecto a lo real de la vida, a esto que está pasando, nos guste o no, sea mejor o no, pero esa dicotomía y/o ambigüedad nos exhorta a elegir, y elegir es moverse, acá o allá, y en ese movimiento está implicado el deseo, y por qué no también la responsabilidad subjetiva. Realizar una elección nos confronta inexorablemente con la castración, con que todo no se puede.
Pero hay un paso previo para encontrarse con la posición deseante singular, y es que se genere el intervalo, el espacio, para que el sujeto se interrogue por lo que quiere. Y esto no está dado de antemano, involucra una posición activa y responsable del sujeto en su devenir, o alguna contingencia como lo muestra la situación pandémica, que implica que el sujeto ponga la pausa (insisto, porque fue el mundo el que se detuvo), lo que permite hacer un corte con la vorágine cotidiana.
Sin embargo, desafortunadamente, encaminarse en la vida deseante no es sinónimo de alcanzar la felicidad, ya nos decía el maestro:
[…] debemos decir que, en verdad, es incorrecto hablar de un imperio del principio del placer sobre el decurso de los procesos anímicos. Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría que ir acompañada de placer o llevar a él; y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión. Por tanto, la situación no puede sino ser esta: en el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer. (Freud, 1991, p. 9)
Y más adelante, en otro texto nos aclara:
[…] el programa del principio de placer el que fija su fin a la vida. […]. Lo que en sentido estricto se llama “felicidad” corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico. […] sólo podemos gozar con intensidad el contraste y muy poco el estado. Ya nuestra constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha. (Freud, 1996, p. 76)
La lógica capitalista nos incita constantemente a la satisfacción individual, autoerótica, y parece que con la pandemia esto se intensificó, debido a las restricciones sanitarias, pero particularmente al “distanciamiento social”. Afloró el consumo solitario (de todo tipo), prescindiendo de la presencialidad. Dichosamente hay algo que en este “conectarnos” no pasa por la pantalla y tiene que ver con el afecto, con eso que le “falta” a esa “conexión” o “contacto” con el otro. Por eso el deseo es del orden de lo vital, porque implica ponerse en movimiento con los otros, afirmando que los mejores goces son compartidos.
En las condiciones actuales, pareciera que el pensar o tomarse un tiempo para ello tiene mala prensa, por eso se nos ofrece todo tipo posibilidades para sortear esta cuestión. Algunos ejemplos pueden ser lo que hoy se conoce como el “multi tasking”, el estar en varias actividades a la vez, sin que haya elección de una u otra, no sin evitar la pérdida por supuesto. Se suma también el actual “Streaming” de contenidos, cuya definición en Wikipedia es “corriente continua que fluye sin interrupción”, donde figura algo de esta velocidad sin límite. Eso que pasa en otro lado, al modo de espectadores (¿posición de objetos?), hoy muy de moda en los jóvenes el término “reacción” ver cómo otra persona se posiciona frente a algo (“El deseo es el deseo del otro”), como imitar un comportamiento, a la manera reproductiva. Espectadores del deseo del Otro, del gran Otro, completo sin falta. Posición de objeto, inamovible, precisamente por no moverse. Lo cual es paradójico, porque en su pasividad o comodidad, termina eligiendo por omisión. Además, en el último tiempo ha hecho su aparición en Whatsapp la posibilidad de poder adelantar los audios poniendo en evidencia la necesidad del “apuro”, de no poder soportar la espera. ¿Por qué la espera tiene una connotación negativa? ¿A dónde vamos tan apurados? Este asunto que se reitera con la clásica afirmación “Perder el tiempo” ¿realmente se pierde? ¿O el tiempo pasa y está en nosotros lo que hacemos con eso?
Podríamos enunciar que hay una tendencia del sujeto a ser objeto del deseo del Otro, tendencia a volver a vivir esa primera experiencia de satisfacción. En este punto, el corte con el objeto le permite al sujeto, a partir de la pérdida, articular la falta con su función deseante, es decir, ponerse en movimiento:
Los seres humanos tenemos una tendencia a volver a repetir la primera vivencia de satisfacción, en la cual disfrutamos como objetos en los brazos de nuestra madre, de los pechos de ella, de su mirada, de su voz. Lugar de objeto de origen, que la pulsión nos empuja a lograr; pero está el deseo que podemos construir junto a otros, para que esa tendencia, no sea lograda. (Volpatti, 2018, p. 121)
En este mandato de producción incesante, cuando aparece la pausa (obligada, tal como hacíamos referencia en relación a la pandemia) el sujeto no sabe cómo responder porque no hay nadie que le diga lo que tiene que hacer, y ahí es donde aflora el desborde de angustia, momentáneamente, hasta que se vuelve a ser parte de la máquina nuevamente, objeto de ese gran Otro siempre insatisfecho que nos exige más y más, o como diría Lennon “estas ocupado en otros planes”:
Si el deseo es el intervalo (la pausa, el corte) entre la enunciación y el enunciado: ¿cómo armar la pausa en el mundo de la velocidad? “¿procesos de simbolización que transformen lo perdido en faltante? El sujeto de la producción y el consumo no tiene tiempo para eso” (Volpatti, 2018, p.87).
“El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable. […] Cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza” (Freud, 1996, p. 83).
Quino
Bibliografía:
Chali, E. (2020). Elogio a la improductividad. Recuperado de www. lobosuelto.com/elogio-a-la-improductividad-elian-chali/
Franco, Y. (2013). Psicoanálisis ayer y hoy. Revista Digital N°9. Recuperado de www.elpsicoanalisis.org.ar/nota/se-feliz-en-el-consumo-el-otro-te-ama/
Freud, S. (1991). Más allá del principio del placer. Obras Completas. Tomo XVIII. Bs. As: Ed. Amorrortu
Freud, S. (1996). El malestar en la cultura. Obras Completas. Tomo XXI. Bs As: Ed. Amorrortu.
Lacan, J. (1964). El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Lavado, J. alias “Quino”. (2020). Extraído de www. revistapetra.com/el-feminismo-vanguardista-de-mafalda-tiene-vigencia-medio-siglo-despues/
Lennon, J. (1980). Extraído del disco Double Fantasy, pertenece a la canción Beautiful Boy (Darling Boy).
Volpatti, J. (2018). Estrago, locura y “a” puro (Amores capitales en la clínica psicoanalítica). Buenos Aires: Letra Viva Editorial.
Wikipedia, la enciclopedia libre. Streaming. www.wikipedia.org/wiki/Streaming