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El tabú del deseo

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  • N° 2

Antonela Diez. Licenciada en Psicología, docente, tallerista y lesbiana. Posgrado en clínica psicoanalítica. Trabajó en asesoramiento y contención a víctimas de violencia de género. En la actualidad trabaja en consultorio privado, mientras y transmite cómo es ser psicoanalista y lesbiana, los efectos en la transferencia.

No. Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por la oscuridad de las alamedas pero otro día caerás. ¡Descolgadla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera una doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas!”[1]

 

Durante toda su obra Freud ha puesto especial énfasis en las cuestiones que refieren a la sexualidad femenina. Sin embargo, si se sigue el recorrido con particular atención puede observarse que, en este tema en particular, ha quedado impregnado por el discurso imperante de la época y de sus propios prejuicios – por no decir de su propia neurosis- como no lo estuvo en ningún otro.

En 1917 escribió la última tesis de las Contribuciones a la psicología del amor, “El tabú de la virginidad”. Allí refiere: “La exigencia de que la novia no traiga al matrimonio el recuerdo del comercio sexual con otros hombres no es más que la aplicación consecuente del derecho de propiedad exclusiva sobre una mujer; es la esencia de la monogamia: la extensión de ese monopolio hacia el pasado[2]. Pretender que este postulado de Freud es del todo añejo sería una exageración de mi parte. Basta con escuchar a una mujer que ha atravesado por una relación violenta para dar cuenta que el control sobre el cuerpo y, fundamentalmente, sobre el goce sexual de ese cuerpo, sigue signado al derecho a la propiedad que muchos hombres se adjudican y que el aval cultural respalda.

En el desarrollo de esta tesis, Freud postula que el tabú de virginidad y su correlato, el tabú de la menstruación, están articulados al horror que provoca para los primitivos la sangre. De allí se desprendía el horror en sí mismo que estas asociaciones enlazan a la sexualidad de la mujer. Ésta se convertiría en portadora de algún tipo de mal por el cual, para los eventos importantes de la tribu, debe permanecer alejada. El varón teme, dice Freud, ser debilitado por la mujer, contagiarse de su feminidad. Lo que los primitivos practicaban en este intento de alejar a la mujer de ciertas actividades, la modernidad ha decidido bautizar con el nombre de “costumbre”. Se observa que en las famosas concentraciones de los deportistas varones de lo que se trata es de mantenerlos alejados de las mujeres para evitar cualquier contacto sexual que puede “debilitarlos”, “desconcentrarlos”.

¿Cómo resuelve Freud el conflicto del tabú de la virginidad? Me arriesgo a decir que no lo resuelve,  lo desvía. Dirá que como consecuencia del primer comercio sexual la mujer puede simbolizar en él un desengaño que la hará permanecer fría e insatisfecha y necesitará repetir la acción varias veces para que se produzca también en ella satisfacción. “De esos casos de frigidez meramente inicial y muy pasajero, una serie continua lleva hasta el desagradable resultado de una frigidez permanente que ningún empeño tierno del varón consigue superar”[3].  Freud parece extrañarse aquí, me hago cargo de la interpretación, de encontrar uno de los destinos que él mismo propone para la mujer como salida del complejo de Edipo. Agrega que otro motivo para este desengaño será que el comercio sexual estuvo siempre ligado a una fuerte prohibición, aquella que proviene de la infancia y está ligada a la fijación de la libido dirigida al padre. El marido no es más que un sustituto de éste, nunca el genuino. “Es otro – el padre, en caso tipico- quien posee el primer título a la capacidad del amor de la esposa; al marido le corresponde a lo sumo el segundo. {…} para que se desautorice a éste como insatisfactorio importa cuán intensa sea la fijación, {…} así la frigidez se encuentra entre las condiciones genéticas de la neurosis”[4].

Sabemos por lo expuesto en “Sobre la sexualidad femenina” (1931), que a esta fijación con la ligazón-padre le corresponde en el caso de las mujeres una ligazón-madre anterior de la época pre-edípica. Si se sigue la línea del desarrollo sexual infantil, la mujer habría tenido que resignar la zona genital rectora, el clítoris, por la vagina y, ahora, realizará una segunda mudanza de la madre al padre. La primera mudanza clítoris por vagina tiene en la teoría freudiana un único objetivo, preparar el cuerpo de la mujer para la maternidad y asociar a ésta con el goce sexual. La segunda mudanza tiene el objetivo de preferir una elección de objeto heterosexual. Bien se sabe que una buena mujer es esposa heterosexual y madre. Mientras la sexualidad masculina aparenta tener un recorrido más lineal hacia su meta y termina resolviéndose por el resguardo narcisista del propio pene, pues el hombre tiene en su propio cuerpo el objeto de valor, la mujer realiza trueques que, sin mencionarlo, son todos fallidos: mutará el amor de la madre al padre por la hostilidad del vínculo al haberla traído al mundo sin pene, irá al padre en busca de éste y como no lo puede obtener esperará de él un hijo, el que tampoco llegará gracias a la prohibición del incesto. Ambas decepciones se funden en la figura del marido que por lo que sabemos será el encargado de cumplir o defraudar. Empero, el enigma de la sexualidad no está resuelto.

Se debe a que la sexualidad femenina fue pensada como una copia, un calco de masculina y se salvaron las diferencias a fuerza de insertar en ella una falta que no necesariamente es la real. Se ha insistido en pensar que la mujer que se resiste a dejar de lado el placer clitoriano es presa de una sexualidad infantil y, al mismo tiempo, se sigue sosteniendo que la mujer ama y goza en posición infantil, es decir, de manera desmesurada, prefiriéndose hacerse amar y con una demanda insaciable, como los niños pequeños.

Otro factor de relevancia es que se siga asociando el placer sexual de la mujer a la maternidad, pero aquí también aparece lo ominoso en juego. De la madre se sabe que tiene su hijo en brazos, pero de cómo él ha llegado a este mundo no se habla. Que una mujer quiera disponer de su cuerpo para el disfrute sexual por fuera de la maternidad y de la monogamia tiene impactos tanto para ella como para los actores sociales. Las mujeres siguen siendo leídas en código heterosexual, como propiedad de derecho de goce del hombre y como reproductoras. Intentar salir de esa línea tiene costos subjetivos: culpa, malestar, la naturalización de la frigidez como síntoma inherente de nuestra sexualidad, crisis de pánico. También otros más caros e irreversibles como la muerte o la maternidad obligatoria.

Argentina es uno de los países donde el psicoanálisis mantiene un auge propiciatorio, sin embargo, es el mismo país donde el debate por la ley de interrupción voluntaria del embarazo ha conseguido volverla ley recientemente, revelando que las consignas culturales sobre nuestros cuerpos y deseos siguen una lógica de control y dominación. Quedó en evidencia la profunda concepción binaria y biologicista con que se lee cualquier subjetividad que no sea considerada masculina. Los discursos más progres caían en el desencanto de enunciar “mujeres y cuerpos gestantes”, creando una categoría subsidiaria del “ser mujer”.

En la misma línea, durante el mes de mayo de este año, se publicó información sobre el valor que tiene para una persona menstruante cotizar los productos de higiene (mal llamados o perversamente llamado “femeninos”) y se reveló que 1 de 4 personas no accede a estos productos por encontrarse fuera de su posibilidad financiera. La propuesta de generar una política pública que aborde esto como un derecho al acceso, produjo en las redes sociales el escarnio y la bronca de quienes siempre creen que el mundo se ordena naturalmente y que en ese ordenamiento lo que te tocó es en gracia de resolverse por sí solo.

Volvieron a aparecer los discursos de desvalorización a todo cuerpo que no sea el del varón cis y generó un horror específico de comentarios cómo “yo no tengo por qué enterarme que estás indispuesta” o “te las tenés que bancar loca cuando está indispuesta y encima quieren que le pagamos los tampones”, comentarios que circulaban en Twitter, por dar un ejemplo.

Sobre los cuerpos que no representan la masculinidad hegemónica, el discurso es de disciplinamiento y hay múltiples maneras de enunciarlo, no podemos dejar pasar que este país mucho antes de la Ley de IVE tuvo que promulgar la Ley  25.959 de Violencia Obstétrica o parto humanizado y la Ley 26.485 de Violencia de Género, todas reglamentaciones por parte del Estado que apuntan a garantizar el respeto subjetivo de las personas que, repito, no son varones cis

¿Por qué se controlan esos cuerpos otros? ¿Hacia dónde apunta ese disciplinamiento reglamentado? Retomo a Freud y me pregunto si ahí donde él ve un tabú en la virginidad, no estaremos hablando de un tabú del deseo.

 

[1] García Lorca, F. “La casa de Bernarda Alba”. Centro Editor de Cultura. Buenos Aires, 2012.

[2] Freud, S. “El tabú de la virginidad”. Obras Completas, Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 2008.

[3] Idem.

[4] Idem.