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El psicoanálisis en las instituciones de salud

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  • N° 4
  • Salud Mental

Lic. Pablo González. Psicólogo en el Hospital Larrain de Berisso. Docente en la Cátedra de Clínica de adultos de la Facultad de Psicología de la UNLP.

Introducción

Aprovechando la temática de este número de la revista, voy a tratar de ubicar algunas nociones conceptuales muy básicas del psicoanálisis, particularmente del psicoanálisis lacaniano, que siempre me resultaron orientadoras para pensar la inserción del psicoanalista en las instituciones de salud.

 

La extensión del psicoanálisis, un deseo de Freud

Para empezar, vayamos –como siempre hacemos- a Freud, particularmente a un texto muy conocido, Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica (Freud, 2013), texto del año 1918. En esa época el psicoanálisis recién tenía alrededor de 20 años de existencia, y ya Freud se preocupaba por la cuestión de cómo hacer para que el psicoanálisis llegue a más personas y a sectores a los que no podía llegar en ese momento. Freud dice en este texto, en los últimos párrafos, que el psicoanálisis en el presente –en ese presente, 1918- no se está pudiendo dedicar más que a una cantidad muy reducida de pacientes. Esto ocurre, dice, fundamentalmente por dos motivos: en primer lugar porque los psicoanalistas son muy pocos (cosa que, podríamos decir, en nuestro presente ya no ocurre, y mucho menos en Argentina, donde hay muchos psicólogos y muchos psicoanalistas); y en segundo lugar porque los psicoanalistas se pueden dedicar a unos pocos pacientes por año -a diferencia de lo que podían hacer otras disciplinas médicas- porque las sesiones son largas y porque se necesita de muchas sesiones con cada paciente. A su vez, si se podía atender a pocos pacientes, entonces a esos pacientes había que cobrarles mucho para que el médico pudiera sustentarse económicamente. Por lo tanto, esto hacía que fueran solo las clases sociales más privilegiadas las que pudieran acceder al psicoanálisis.

Freud señala todo esto y agrega que habría que buscar la forma para que las clases más populares se beneficiaran también de los descubrimientos del psicoanálisis. Dice que tarde o temprano los Estados tendrán que ocuparse de la salud mental de sus poblaciones, y el psicoanálisis entonces extenderá su alcance.

Asimismo, agrega que el psicoanálisis, cuando se extienda, se verá en la necesidad de “adecuar su técnica”, de modificar algunos elementos de su dispositivo. Claro, si pensamos por ejemplo en lo que puede hacer un psicoanalista en una guardia de salud mental, es evidente que hay allí muchos cambios respecto a la “técnica” inventada por Freud: no hay pago económico (hablando de una guardia pública), el encuentro tal vez se reduzca a una sola entrevista, muchas veces no hay demanda del paciente porque es llevado por alguien, no hay posibilidad de hacer asociar libremente al paciente, etc.

Finalmente, en la última frase del texto, Freud agrega lo siguiente -y esto nos interesa particularmente-: más allá de la forma que tomen estas nuevas “técnicas” que se inventen, no quedan dudas que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso. Podríamos decir nosotros, en otros términos, que sea donde sea que trabajemos, sea donde sea que nos incluyamos, sea cual sea el dispositivo en el que estemos, lo que nos va a orientar son los principios fundamentales del psicoanálisis, principios fundados en los descubrimientos del “psicoanálisis riguroso”. Podríamos agregar, entonces, que nos interesan mucho más, que nos orientan mucho más, los principios del psicoanálisis que su “técnica”.

 

Algunos principios freudianos

Entonces, ahora nos podríamos preguntar: ¿y cuáles son esos principios fundamentales del psicoanálisis que nos orientan en el trabajo en instituciones? Bueno, es evidente que esto no se puede responder haciendo un listado. Sin embargo, vamos a señalar algunas cuestiones introductorias al tema. Sin irnos del texto señalado, Freud nos da algunas pistas, y podemos empezar por ahí. Antes de meterse en el tema mencionado en el apartado anterior, hace un repaso por algunos de los descubrimientos fundamentales del psicoanálisis, específicamente acerca de lo que le conviene o no hacer a un psicoanalista. Y señala allí que uno de los principios de la cura analítica es que debe ejecutarse en un estado de privación, de abstinencia. Es lo que conocemos como la regla de abstinencia, o sea que el paciente no debe encontrar satisfacciones demasiado rápido en la cura, porque esa satisfacción va a obturar la continuidad de la cura y no va a producir ningún efecto duradero.

Cuando hablamos de satisfacciones no hablamos solamente de satisfacciones sexuales, por supuesto. Lo podemos pensar en términos de respuestas: lo que sostiene un análisis son las preguntas de un paciente -podríamos resumirlo diciendo: las preguntas sobre su ser-, si por el contrario encuentra una respuesta para esas preguntas, abandonará el análisis y esa respuesta no le servirá más que momentáneamente, o ni siquiera. Por lo tanto, hay que abstenerse de ofrecer respuestas, que además serán siempre equivocadas. Es lo que llamamos no satisfacer la demanda.

Por otra parte, otro principio del que también habla Freud en ese mismo texto, y que está relacionado con el anterior, es el de la neutralidad del analista. Esto quiere decir, básicamente, que no tenemos que apuntar a que el paciente se parezca a nosotros, que no debemos intentar transmitirle nuestros ideales, nuestra concepción de lo que está bien, o de lo que le conviene, etc. A veces esto se confunde con el silencio total del analista, pero no se trata de eso. Por el contrario, el analista puede hablar mucho o poco, no importa, pero lo que tiene que silenciar son sus ideales. En ese sentido tiene que ser neutral. En la medida en que el analista silencia sus ideales, van a aparecer los del paciente, van a aparecer los significantes que marcan la vida del paciente.

Freud ya nos brinda, entonces, dos principios importantísimos para empezar a pensar qué hacemos en cualquier dispositivo al que nos sumemos o que inventemos: no brindamos respuestas pre-armadas desde el lugar del saber, y no actuamos desde nuestros ideales, desde lo que nosotros podemos considerar que está bien o que está mal, sino que apuntamos a que surja la singularidad del paciente –o, podemos agregar, de la institución, de la situación, etc-. Tenemos en esto una primera indicación, muy básica por supuesto, pero que nos permite dar el primer paso.

 

El lugar alfa

Demos ahora un paso más, de la mano de Miller. Tomemos una conferencia conocida como Hacia pipol IV (Miller, 2009). Señalemos dos o tres cuestiones que nos interesan de esta conferencia. Hay en primer lugar una alusión, que no se explica en el texto, a la oposición “psicoanálisis puro–psicoanálisis aplicado”, que es una oposición que había introducido Lacan.

Lo digo rápidamente, y simplificando un poco: tenemos por un lado el psicoanálisis puro, que es el psicoanálisis clásico, donde se ponen en juego todos los elementos del psicoanálisis y que si se sigue hasta el final da por resultado un analista; y, por otro lado, tenemos el psicoanálisis aplicado, que sería todo lo que se hace desde la orientación psicoanalítica pero que no es un psicoanálisis puro. Finalmente, Miller dice que no hay tanta diferencia entre uno y otro, porque ambos se sostienen en los mismos principios (nótese la similitud con lo que decía Freud), y, por el contrario, sí hay una diferencia mucho más significativa entre estos dos y las otras psicoterapias.

Con esto como telón de fondo, dice en Hacia pipol 4, que el psicoanálisis aplicado no existiría si nos hubiéramos quedado en el “fosilizado concepto del encuadre”, que se confunde con la consulta del practicante que ejerce la profesión liberal. Y agrega que los efectos analíticos no dependen del encuadre, sino del discurso analítico, de que algo del discurso analítico se pueda instalar, sea donde sea.

Entonces, en el trabajo en instituciones lo importante es que logremos instalar allí un lugar analítico. Acá Miller lo llama unlugar alfa”, que implica, en principio, no responder al discurso del amo (y vamos a ver en el próximo apartado qué significa eso), pero además implica no solamente escuchar, sino apuntar a que cada sujeto se responsabilice de sus dichos. Y tenemos acá otro principio fundamental del psicoanálisis: apuntar a la responsabilidad subjetiva (que no se trata, por supuesto, de hacer responsable al sujeto de todo lo que le pasa, como muchas veces se cree, sino en todo caso de hacerlo responsable de su respuesta ante lo que le viene del Otro).

Por otra parte, al final del texto, Miller introduce algo que no termina de explicar del todo allí, pero que es muy importante. Dice que en el psicoanálisis no somos cultores del “eso marcha”. Más bien creemos que eso no marcha nunca, que eso fracasa siempre. Ahora bien, se puede fracasar de diferentes maneras. Hay fracasos peores que otros. Como les decía, Miller no explica mucho esto, pero es muy importante, y para entenderlo mejor vamos a comentar un texto de Laurent.

 

Todo el mundo es loco

Muy bien, demos ahora otro paso entonces, esta vez de la mano de Eric Laurent, y de la oposición entre el discurso del amo y el discurso analítico, que ya mencioné. Como decía, Miller asocia ese “lugar alfa” con el no responder desde el discurso del amo. El texto de Laurent titulado El delirio de normalidad (Laurent, 2009) aclara un poco más a que se refiere Miller con eso. Laurent resalta la importancia que tiene para los psicoanalistas que trabajan en instituciones –para todos los psicoanalistas en realidad, pero especialmente para los que trabajan en instituciones- no olvidarse de que hay algo irreductible en el síntoma. El síntoma como tal, podríamos decir, es lo que hace obstácul -siempre-, a las normas que se intentan instalar desde el discurso del amo. Es el discurso del amo el que nos dice cómo tienen que funcionar las cosas, el que instala las normas institucionales, los protocolos, etc.

En las instituciones, todo el tiempo estamos atravesados por demandas del discurso del amo, entre otras, tenemos las demandas de normalización de las conductas de los sujetos. Por ejemplo, nos llegan demandas desde las escuelas, desde los juzgados, desde los médicos, etc., que, de una manera u otra, nos piden que normalicemos a los sujetos: a los niños que tienen mal comportamiento o hiperactividad, a las madres o padres que no ejercen bien su función, a los jóvenes en conflicto con la ley, a los pacientes que no cumplen con las indicaciones médicas, etc. Y, por otra parte, tenemos protocolos de cómo se debe actuar en muchas de estas situaciones para ayudar a obtener el bien del sujeto.

Estos pedidos, de acuerdo a la modalidad que toma la demanda, se sustentan en el delirio de normalidad. La normalidad, dice Laurent, es un delirio. No existe. Todos hacemos excepción a eso con nuestros síntomas. Por eso Lacan decía cosas como “todo el mundo es loco”, que quiere decir que cada uno de nosotros, con su síntoma, hace excepción a la norma, que por eso no entramos del todo en la norma. Laurent dice: si no me creen, hagan un análisis y se van a dar cuenta que ustedes también están locos, que ustedes hacen semblante de estar en un lazo social, de ser más o menos normales, pero que no es así, están todos locos.

Bueno, como decía, en las instituciones todo el tiempo estamos recibiendo pedidos que parten del ideal de normalidad. Por eso es importante tener presente que las normas, que las clasificaciones psicopatológicas, que los ideales de normalidad, no nos orientan. Por el contrario, la mejor orientación que tenemos es lo singular del síntoma. Esto no quiere decir que estemos en contra de las normas, sino que esas normas no son lo que nos orienta como practicantes del psicoanálisis, sino que nos orienta lo singular del padecimiento.

Entonces, si una escuela nos deriva a un niño o adolescente porque se porta mal, o a una madre porque no es una buena madre, o desde algún juzgado obligan a un joven a hacer tratamiento, etc., no nos vamos a guiar por lo que se supone que es lo normal tratando de conducir al sujeto hacia eso. No. Y tampoco, por supuesto, vamos a dejar de escuchar a los sujetos porque la derivación nos llegue de esa manera. Lo que haremos es escuchar si en ese sujeto, o en algún sujeto, hay algún tipo de padecimiento que se presente como un penar de más, y escucharemos ese padecimiento, y con eso nos orientaremos.

Finalmente, voy a cerrar parafraseando al Laurent de Psicoanálisis y salud mental, libro muy interesante para pensar en torno a esta temática. Allí Laurent habla de la inserción del psicoanalista en las instituciones de salud y de las distintas modalidades que puede tomar esta inserción, y sostiene que al psicoanalista le conviene aliarse –trabajar interdisciplinariamente, podríamos decir- con todos aquellos profesionales que dentro de la salud pública luchan, como él, por construir estructuras menos crueles, o sea, aquellas que en el universal del deber ser, les hacen un lugar a los goces singulares (Laurent, 2014, pp. 58-59).

 

 

Referencias bibliográficas

Freud, S. (2013) Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. En Obras completas, tomo XVII. Amorrortu.

Miller, J.-A. (2009) Hacia pipol IV. Recuperado de

//ea.eol.org.ar/04/es/template.asp?lecturas_online/textos/miller_hacia_pipol4.html

Laurent, E. (2009) El delirio de normalidad. En revista Virtualia n°19. Revista digital de la eol.

Laurent, E. (2014) Psicoanálisis y salud mental. Tres Haches.