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Conversaciones sobre arte, locura y salud mental entre Vicente Zito Lema y Enrique Pichón Rivière

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Carla Lo Gioco es psicóloga, escritora, actriz, docente y tarotista nacida en la ciudad La Plata, Argentina. Estudió la Licenciatura y el Profesorado en Psicología en la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente es becaria doctoral CONICET y realiza actividades de investigación en el área de la psicología educacional y la psicolingüística cognitiva.

Cuenta Vicente Zito Lema (1976) sobre su primer encuentro con Enrique Pichón Rivière: “irradiaba una extraña paz; a pesar de su fragilidad; fortaleza, a pesar de su distanciamiento, una inmensa bondad”. Años más tarde el escritor acude a su guía para investigar el funcionamiento de los mecanismos psíquicos creadores y continuar sus discusiones sobre el arte y la locura, tema que les apasiona a ambos desde siempre. Durante el otoño y el invierno de 1975 se reúnen religiosamente a conversar todas las semanas en el consultorio de Pichón, época en que ya estaba enfermo. Frente a ellos un cuadro de Casimiro Domingo, artista que el psiquiatra había conocido en uno de los hospicios en que trabajó. Vicente graba los encuentros cuya duración depende de los ritmos que se desvían hacia zonas íntimas de la vida de aquel hombre. “La tristeza me acompañó siempre, en una primera época como algo presente, fijo, y más allá de mis intentos, nunca me abandonará”. En estas palabras se advierte el afecto nombrado, pasión que aumenta o disminuye y favorece o reprime el obrar humano (Spinoza, 2001).

 

Preguntar es buscar y buscar es ir al fondo y trabajarlo. Maurice Blanchot (2008) advierte sobre los giros que se producen en las conversaciones cuando hay errancia en lo que se busca y el habla se desvía hacia lo oscuro para seguir buscando. Hablar es una manera de hacer cosas con palabras, diría Austin, y también de luchar creativamente contra el sufrimiento y de enfrentar fantasmas. Sesión tras sesión, Vicente insiste y pregunta a Enrique si hay alguna guía secreta del actuar humano, a lo que responde que en su caso ésta lo condujo al deporte, la pintura y la poesía. Las tareas que se acercan a fines creativos son las que más le apasionan desde su infancia. A los diecisiete años escribe sus primeros versos en francés en la zona rural donde vive, rompe luego la mayoría de sus textos pero nunca abandona la poesía porque para él es un símbolo de vida. Ese joven de la multitud, anónimo todavía, tenía necesidad de expresarse y situarse en el mundo. El arte, la ciencia y el deporte exploran la realidad y para ser llevados a cabo se tiene que haber jugado mucho previamente.

 

Dice el escritor Aldo Pellegrini (1965), conocido de ambos, que la característica de toda vida es su capacidad creadora y que el ser humano que se expresa guarda estrecha relación con el espacio social de una época. Un año más tarde Pichón se muda a una pensión en Buenos Aires y conoce a Roberto Arlt con quien va a ver su primer partido de fútbol en dicha ciudad. “Era una luz, como diría un paisano (…). Creo que esto es, justamente, lo que más me llamaba la atención en él. Que fuera un iluminado. Con toda la carga poética de esta palabra” expresa sobre quien deviene no sólo amigo sino también maestro.

 

En ese tiempo estudia psiquiatría y continúa indagando sobre el misterio de la tristeza. Durante su primera práctica como médico en el Asilo de Torres su mayor pasión es organizar un equipo de fútbol con lxs pacientes. Para entonces, como no se sabe qué hacer con la locura se la aísla y se la esconde hasta que Pichón, guiado por una necesidad imperiosa, crea un espacio terapéutico grupal donde antes sólo había encierro. Luego de recibirse en 1936 y concursar su primer cargo profesional, la tarea que lleva a cabo es formar grupos de enfermerxs en el Hospicio de las Mercedes (actual hospital Borda) y fomentar el buen trato hacia lxs pacientes, que en su mayoría estaban aisladxs, abandonadxs y no lxs visitaba nadie.

 

Encuentros más tarde Vicente interroga sobre los libros que impresionaron a Enrique de joven. Los cantos de Maldoror lo acompañan desde siempre, especialmente por la fuerte admiración que siente hacia su autor, Isidoro Ducasse, también conocido como el Conde de Lautréamont. “Hay quienes escriben para conseguir los aplausos de los hombres (…); yo hago servir mi genio para pintar las delicias de la crueldad” (Lautréamont, 2005). A su vez confiesa que durante años se dedicó a investigar la vida y obra del escritor para sacarse sus propios miedos, al punto de considerar su libro sobre Lautréamont como la obra más importante que ha escrito. En ella despliega un análisis sobre el sentimiento de lo siniestro que inicia cuando conoce al poeta uruguayo Edmundo Montagne en el hospicio de las Mercedes, internado por una fuerte depresión. Ambos se identifican fuertemente con el Conde que ejerció influencia en las producciones literarias del artista. “¡Ah! ¡Dios mío, Dios mío” ¿Dónde estás? Este mundo gris es un lago inmenso” escribe Edmundo antes de suicidarse en el hospicio. Para Enrique el padecimiento mental es un modo de estar en la muerte y atravesar lo siniestro, sentimiento que Pablo Picasso elabora de otra manera ya que, si bien indaga sobre la muerte como se ve en su cuadro Guernica, lo hace con el fin de re-crear la vida.

 

De Buenos Aires lo que más impresiona a Rivière son los seres profundxs y sin ataduras, próximxs a partir, morir o aferrarse, húngarxs o franceses, como lxs que se cruza en una pensión de la calle Viamonte luego de regresar de un viaje por Europa. Calle Corrientes le fascina, no sólo por su albergue de espectáculos y librerías sino por ser centro de reuniones intelectuales nocturnas. A pesar de haberse casado dice haber perdido el recuerdo de la primera mujer que amó y que sus momentos de felicidad están ligados al deporte que le posibilita adquirir fuerzas a través de la experiencia. El tango también le apasiona por su ritmo y sus melodías. “Discepolín es el ejemplo típico del poeta autor de tangos que logra la exacta captación de los hechos sociales (…). Cambalache es el tango más representativo de la época que nace con la caída de Yrigoyen”.

 

En diálogos posteriores admite sostener la técnica poética de la conversación con Vicente para enfrentar sus conflictos más íntimos. El descubrimiento de la teoría freudiana lo inclina a analizarse a sí mismo, indagar sobre lo inconsciente y repensar su profesión, que carece de dinamismo y hace oídos sordos a la desesperada situación en que viven lxs internxs en los hospicios. Quienes padecen son tratadxs como sujetxs morales bajo la dicotomía de buenxs/malxs y al tomarse por “incurables” se les asigna una institución que desde la época de Philippe Pinel reproduce lógicas alienistas. Para Pichón, que primero practica el psicoanálisis y luego se aleja de las ortodoxias de la APA y del diván, lo que está detrás del padecimiento mental de un sujetx catalogadx de “anormal”, “desviadx” o “enfermx” es siempre un conflicto social y concibe a la salud mental como un aprendizaje de la realidad que sintetiza, transforma y supera las contradicciones que surgen en la relación sujeto-mundo.

 

A medida que las sesiones avanzan Vicente retoma una idea de Enrique sobre las obras de arte realizadas en hospicios para esclarecer por qué habría artistas “locxs” como Antonin Artaud, Vincent Van Gogh o Jacobo Fijman que fueron aceptadxs por la “cultura” pese a haber sido juzgadxs o marginadxs previamente. Según el escritor, las producciones sensibles de lxs internadxs en los hospicios nunca son vistas como arte, salvo que sus autorxs presentaran antecedentes previos a la internación. “Aun en la locura hay grados de calidad estética” responde el psiquiatra enfatizando la profunda relación entre el arte y la locura, al punto de que muchas veces concretar una obra es el medio de lograr o mantener la salud psíquica.

 

Toda creación ayuda a combatir el padecimiento mental, alejar el miedo a la muerte y re-crearla en su obrar estético. Uno de los intercambios más álgidos entre Vicente y Enrique es sobre la tarea del creador que re-crea el sentimiento de muerte consciente o inconscientemente. Al mismo tiempo la actividad creadora es un acto de amor, un vínculo que se establece entre seres humanxs y produce efectos terapéuticos cuando promueve cambios en la conducta de un sujetx y mayores grados de libertad y expresión emocional. Quienes crean son seres de anticipación y verdaderxs agentes de cambio.

 

Una conmoción ofrece belleza y algo puede elaborarse cuando un acto creador conduce de la resistencia al cambio. El ser humanx busca expandirse y comunicarse y por eso necesita desplegar formas que permitan contarle a otrxs lo que le sucede y moviliza. La danza, la música y la escultura son ejemplos de actividades sensibles que canalizan afectos y elaboran miedos y ansiedades arribando a estados de placer y bienestar. En el mejor de los casos, los mecanismos psíquicos creadores reparan, transforman y conducen al cambio. Esto es para Pichón una posibilidad de síntesis que integra y supera los conflictos que inhiben y deterioran al sujetx.

 

Una noche Vicente pregunta movido por sus aspiraciones: “¿Qué es, finalmente, el misterio, la poesía? (…) ¿Cuál debe ser la función del poeta, del artista (y de quienes aún creen en la necesidad del arte) en nuestra actual sociedad?”. “¡Darle un empujón para que salga de su estancamiento!” exclama Enrique sobre semejante desafío. Así la tristeza camine al lado del ser humanx no hay porqué temerle mientras se mantenga firme en la creación. Esta es una de las contradicciones que afianzan resistencias o promueven cambios. La vida entonces es y ha sido para Enrique una praxis en constante movimiento.

 

Pichón Rivière muere en 1977 y Vicente no va a su entierro. Tiempo después el escritor se despide de Argentina pero pide prestado a un amigo un ejemplar de sus conversaciones con Enrique para su nueva casa. Un día de nieve en Ámsterdam se dispone a leerlo y vuelve a visualizarse en el consultorio de su antiguo maestro. Se pregunta qué los unía en ese momento, por qué se encontraban y qué buscaban en aquellas conversaciones en Buenos Aires. Asoman otra vez el arte y la locura en sus pensamientos y cómo mediante estos lxs seres humanxs expresan la necesidad de ser amadxs. Algunxs eligen caminos sinuosos para cruzar las complejidades del espíritu. Los diálogos entre Enrique y Vicente fueron un intento de sumergirse en los desvíos del habla pero sobre todo de empatizar con el sufrimiento del otro.

 

La muerte crecía al lado de ambos, en gestos, palabras y silencios que incluso quedaron sin decir. Trabajar el fondo también consiste en tomar consciencia del espejo que el mundo interno ofrece para que otrxs, además de unx, puedan reconocerse. En ese tiempo se trataba de Vicente y Enrique, que habrán sentido estar a salvo cada vez que intercambiaban unas pocas palabras bondadosas. Al final de cada noche sus encuentros terminaban con la misma sentencia: “No existe otro compromiso más importante que el que tenemos con la vida”. La nieve de Ámsterdan se confunde con el cielo negro de Buenos Aires. ¿Dónde terminan las conversaciones? ¿Cuál es el fondo de lxs que llegan con amor a la vida de unx y la desafían para seguir viviendo?

*dibujo realizado por el artista plástico Daniel Fidanza

 

Referencias bibliográficas

 

Blanchot, M. (2008). La conversación infinita. España: Arena Libros.

Lautréamont. (2005). Cantos de Maldoror. Madrid: Cátedra.

Pellegrini, A. (1965). Para contribuir a la confusión general. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

Spinoza, B. (2001). Ética. Madrid: Alianza.

Zito Lema, V. (1976). Conversaciones con Enrique Pichón Rivière. Buenos Aires: Thimerman Editores.