Día a día me planteo un espacio de mi pensar que da cuenta del sentir que se articula a mi interés clínico y profesional, también al personal. Evidencia una preocupación por el apremio y productividad masiva que se sistematiza en una voz complementaria a una demanda sorda que reinterpretamos desde el mundo adulto y no puede, a veces, captar aquello que se transforma en malestar. Silvia Bleichmar (2008) hablaba del malestar sobrante. Apelo a este concepto – que ella acuña- con el estímulo de saber que en devenir dialogal, compartiré con colegas a los que respeto, una causa sobre valores inherentes a la libertad, los derechos de niños, niñas y adolescentes y a la salud mental, como nociones fundamentales a nuestro posicionamiento.
Como psicóloga atenta a la clínica infanto-juvenil, desde la tarea en ejercicio de la docencia y con respecto a la temática de interés que guía mi fuego de indagar las condiciones de una organización emocional saludable, hago un pase lúdico y existencial a Donald Winnicott. Vengo trabajando y leyendo con avidez y profundidad recreante sus aportes. Conflictos como los que este número de la revista nos invita a procesar, son los que en el ruedo me provocan incesantes interpelaciones, debates y un compromiso férreo de acompañar.
El estar vivo (Winnicott, 1996) que Winnicott ceñirá, es realmente fundante, acerca de lo que hace al sujeto considerarse vivificado y representado en lo deseante. Esto que incluirá nuestro gesto espontáneo (Winnicott, 1990a), como inicio creador y validante es encendido a partir del semejante como otredad. Y donde el orden social y cultural, aportarán su medida en un holding (Winnicott, 1981a) o acto de sostenimiento, invitante a un lugar para el ser. La fuerza creadora de un diario y persistente registro de existencia, es en tanto lo que asimilamos de la realidad interna e intra/intersubjetiva una superposición de jugadas que deberán propiciarse desde la realidad externa y cultural; y las funciones que encarnan al otro/lo otro.
Escucho en la actualidad a niños, niñas y adolescentes que agotados de la profusa demanda de producir, engendran un angustioso existir, cuyo potencial insalubre a estos términos del poder tramitar aquello que excede y atenta a los efectos del ser mismo, se retoma como un malestar que ilustrará el síntoma. ¿Podemos atravesar este tiempo-espacio de lo psíquico, lo material, lo ontológico, lo histórico-social en consideración de hallar respuestas que revisen este problema? ¿Es la eficaz ganancia del neoliberalismo, la única propuesta a repetir deliberadamente y sin salida, en un entramado poco auspiciante del ser?
La cultura como hecho del hombre, enseña tempranamente que para ser reconocidos hay un esquema donde el portarse bien plantea frecuentemente, una medida – empero- aislada de aquello que nos deja sanos, por ende, con alguna construcción de libertad y alivio. No se confunda el ser buenos respondedores con la circunstancia que explicita de la renuncia a una descarga directa y destructiva de convivencia, nada tiene que ver con lo que intento proponer pensar.
Cumplimos. Obedecemos. Algunos funcionamientos se indican –inconscientemente- ya desde la crianza, los cuidados y directivas que avalando al sistema se instan y dan: con “la leche templada y en cada canción”[1]. Una escenificación que resguarda de particulares arreglos, en pos de ser parte de un mundo disciplinado y cada vez más lejano en la conexión con nuestro deseo. Al escucharse el excedente en ansiedades, angustias y diferentes modos de pedir ayuda, se sorprenden aún, adultos y adultas. Esbozan un repetido e impotente: “¿Si tienen todo, qué más necesitan?”… “¿Qué les falta, qué les pasa, ahora?”. Si lo que insiste es el malestar -que no sólo infancias y adolescencias traen a consulta y a la vida misma- diría que deberemos urgentemente ubicar la inquietud de saber y buscar otro modo en el argumento de esta réplica insalubre.
A diario converso con padres, docentes y colegas de la misma disciplina y otras: pareciera que se ha olvidado a la pandemia e inclusive, a la “post-pandemia” en proceso (si cabe la denominación). La mayoría de las instituciones y el “sistema” en abstracto, parecen omitir con necedad el pedido de desagote, atisbo de libertad y un equilibrar esa presión generada en el educar e insistir con aquello que, imperativamente, desborda y exige. Estamos entre el vivir y el hacer, como alienada e involuntariamente pareciera sugerirse. Hay un retorno a un superyó que con ferocidad y en exclusiva, apuntala a resguardar ideales y un deber ser, sin respirar necesidades, ni sentir, ni pensar.
Saludables individuos somos, que en resistencia y revolución, proponemos de diversas maneras, un lugar de relajamiento y búsqueda de la propia persona (Winnicott, 1996). Constituir una zona transicional no es en la actualidad un simple recordatorio conceptual que se enlaza a la obra y originalidad de Winnicott, sino un escenario geográfico en lo psíquico, cuya terceridad implicará recordar la simple razón del ser en juego.
El jugar en la teoría de Winnicott, alude a un territorio no sólo específico de la infancia. Esta inquietante reflexión conlleva a defender este punto para intervención con infancias y adolescencias, sin olvidar el recupero que el acontecimiento del lugar del jugar implica para el ser adulto. Lo que resitúa este sensible analista es lo que inaugura el acceso creador y su importancia nuclear. El espacio donde se acondicionará para la organización emocional el individuo y el logro de un sostenible y “productivo” camino hacia la independencia (Winnicott, 1981a). Es a partir de todo un despliegue subjetivo que este movimiento, llevará la experiencia a la cultura.
Significará esto, que la pérdida de la capacidad de jugar impide una articulación al orden simbólico, aún en cumplimiento de lo normativo. Si no sabemos crear nuestras singulares reglas de juego, seremos simplemente convidados de regalo en un orden que no ofrece la vivencia de experiencia. He aquí la relevancia. El soporte de la paradoja, en el crear lo dado winnicottiano, implica recrear dejando una propia impronta subjetivante. El ambiente familiar facilitará, junto a la acción propiciante de la acción suficientemente buena (Winnicott, 1981 a) y encarnará el lugar permitido, en tanto espacio en plus de la sobrevivencia… ¿El malestar de sobra, podría quedar convertido en oferta transicional? Propiciar ese hacer en respuesta a la organización vitalizada del sujeto, albora aconteceres entramados en un posible despliegue subjetivo que no hay que relativizar, ni olvidar.
¡Despertemos! La vida es hoy, es acá y en el ahora y no después de cumplir. Y tampoco luego de morir. No resignemos lo sustancial al recurso humanizante de nuestra subjetividad, aquello que nos hace sentir y donde reconfirmamos estar vivos y genuinos.
Interroguemos la sujeción que alimenta este pragmático y no visibilizado demandar que no invierte en esta zona necesaria a la salud y al descanso. Y sostenida en creación de un intermedio, ese interjuego entre validar el ser… entre la regla, el “producir” y una recreada manera de transitar el placer, en invención del vivir. ¡Hagamos lugar!
Referencias Bibliográficas
Bleichmar, S. (2010) La subjetividad en riesgo. Topía Editorial.
Winnicott, D. (1981a). El proceso de maduración en el niño. Ediciones Laia.
Winnicott, D. (1990a). El gesto espontáneo. Ed. Paidós.
Winnicott, D. (1996) .Realidad y juego. Editorial Gedisa.
[1] Extracto de una canción de Joan Manuel Serrat: “Esos locos bajitos”.