En marzo del 2020, abruptamente y con poco recurso para anticipar un movimiento inédito en nuestras vidas y en la de la población mundial fuimos anoticiados que en nuestro país se iniciaba el ASPO (Aislamiento social preventivo y obligatorio) y, en efecto, se interrumpían las clases y la gran mayoría de las actividades que no fueran consideradas “esenciales”.
Venir al consultorio significaba para muchos niñxs el ingreso a un sitio de libertad y transformación donde, con recursos como el juego y las palabras se armaban un “espacio transicional” como lo sitúa Winnicott. Un “entre” posible para poner a jugar su malestar. Espacio privado al afuera, pero dentro de sí mismos inscripto como propio. Campo de despliegue de sus fantasías y deseos en tres dimensiones (espesor, altura y profundidad)
Durante los primeros 15 días de aislamiento se perdió el contacto, con la escuela, con los deportes, con los amigos y con el espacio terapéutico. Lo que en otro tiempo posterior pudo inscribirse y nombrarse como traumático. Fueron días de silencio e incertidumbre. Luego emergió la necesidad y también con la ausencia, el deseo del reencuentro.
En lo personal como la gran mayoría de los colegas no supe qué hacer, pero sí sabía que muchxs pacientitxs necesitaban del espacio y de mi presencia, aunque en ese momento no podría dárselas ya que la cercanía, lejos de ser condición de análisis, se volvió motivo de sanción y de peligro. Poco a poco y telefónicamente primero ofreciendo mi voz y algunos emoticones di “señales de vida”, indicios de una presencia con débil consistencia, pero que emergía para retomar el encuentro. Asì fue como buscando una vía para continuar fuimos pensando juntxs con padres y pacientes el nuevo “Como si”.
Pautamos las primeras videollamadas por plataformas virtuales. Las tres dimensiones se condensaron en una superficie plana donde analista y niñx nos volvimos a ver con la alegría que produce un reencuentro vivificante. Lo ya conocido y en ese entonces perdido se empieza a evocar para convertirse en re/creación. Se vuelve a construir el campo.
La potencia del juego se presenta como irrefrenable frente a lo mortífero del encierro.
Un pacientitx verbaliza la presencialidad en un modo pretérito: “Te acordás cuando iba a tu consultorio…”
Aparece luego una primera propuesta en el nuevo dispositivo virtual. Un niñx al que atiendo en plena sesión virtual se esconde. Apaga la cámara de su computadora. Cuando la prende está escondidx en un lugar de su habitación que yo tengo que adivinar.
“Estás cerca..” me advierte.
Yo, por mi parte, con palabras ofrezco mi presencia. Me sirvo del cuerpo del lenguaje para entrar desde la virtualidad a su habitación, más que nunca para trasladarme en ausencia hacia dónde está y así lx buscx.
“Adentro del placard..!” arriesgo.
A lo que me responde : “Leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeejos!!!”
¿Se ha perdido la profundidad del acto clínico en lo virtual?. No siempre, sería la respuesta. Ni en lo espacial ni en su sentido terapéutico.
Si Freud relata cómo en forma asombrosa su nieto restituye parcialmente la presencia de su madre en su ausencia a través de un carretel y esto tiene un efecto de repetición lúdica la vez que produce un trabajo de tramitación de esta separación ¿Por qué la psique de un niñx necesitaría otra cosa mejor que el juego para transitar un encierro?.
Paralelamente en otro campo, el de la batalla de lxs adultxs, se debaten los diferentes aspectos que calidoscópicamente descomponen y recomponen a lxs niñxs en fragmentos que lxs dejan atrapados por los discursos que lxs refieren:
Como alumnxs: Perdidxs o desconectadxs
Como hijxs: Aburridxs y desafiantes
Como nietxs: Alejadxs y extrañadxs.
Pensar desmedidamente POR ellxs y pensar por todxs, en este contexto, es privarlxs quizás de que construyan sus propias preguntas, de que se pueda dar lugar a lo singular de cada unx, de que desplieguen una superficie propia para sembrar interrogantes para dar algunas respuestas “de jugando” a esto que acontece.
Son lxs niñxs lxs que en muchos casos (en muchos otros lamentablemente no tanto) levantan sobre la abrumadora realidad la trinchera del juego, porque es su modo genuino y necesariamente psíquico de responder en la infancia. De defenderse y refugiarse simultáneamente de lo angustiante.
Es la propuesta del acto de jugar donde su inconsciente puede desplegarse frente al caos que los abruma. El juego es garantía de producción de sentidos y saberes, escritura de temores y fantasías. Es un modo de poblar la realidad, de pensar el mundo y por lo tanto de pensarse dentro de él. Devenir niñx es hacerse jugando en el territorio de la ficción creativa y creadora.
Entonces, por qué anticipar respuestas y no ofrecerles mejor, momentos de escucha. De observación. De disposición al acto lúdico para interpelarlos: ¿Cuáles son las prioridades de lxs niñxs en este contexto? ¿Son todas iguales? ¿Son para todxs lxs niñxs las mismas? Que la propuesta sea pensar CON ellxs y no Por ellxs les restituye su lugar de sujetos deseantes y también sufrientes.